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¡Que se acaben las rebajas!

El peligro de confundir el tener hijos con bienes materiales para lucir

Hay varias fechas que me producen sarpullido. El día de las Comadres, el Carnaval enterito y el día de San Valentín. Dos ya pasaron y el otro lo estoy sufriendo con el suplicio de seguir viendo escaparates llenos de corazones y de rojo, que no se sabe muy bien por qué, pero se relaciona desde siempre con el amor.

Con anuncios constantes en la televisión, en las revistas de la pelu, ¡Dios!, está en todas partes. Pero bueno, sé que este finde se acaba porque estoy más que empalagada y tengo prohibido comer dulce en mi dieta postnavideña (sí, aún me dura). Oiga, pero lo que dura una eternidad son las rebajas y eso... Eso es un verdadero peligro. Porque duran y duran y duran, como el conejito de Duracell, y cuando crees que ya te has comprado todo lo que necesitabas con una rebaja importante, aparece aquel abrigo que no necesitas, pero que han bajado un 70% y entonces piensas ¿voy a desperdiciar semejante chollo? Lo guardo para el invierno que viene, pero este cae. Y qué vamos a decir si los ojos, además de irse detrás de la ropa, que a pesar de las Navidades y los kilos de más, se compensan con los euros de menos, se te van tras todo lo que huela a bebé. Nunca pensé que había tantas tiendas. ¡Señor, y eso que no nacen niños!

Pues les juro que ahora que estoy mucho más puesta, no me puedo imaginar cómo puede haber público para tantas y tantas tiendas infantiles, con la población más envejecida de España y a veces a precios realmente desorbitados, para vestir a los pequeños, que son pocos, pero deben ir como principitos. Me asusto cuando veo una parka de bebé a 200 euros, me escandalizo si veo unas botas de 150 euros de un número 22, lo que quiere decir que en unos meses ya no le sirven. Pero estas tiendas tienen su público, digo yo, porque si no, cerrarían.

Y creo que sé por qué. Porque a veces confundimos el tener hijos con un bien material que hay que lucir porque indica un status social y a ser posible con las marcas bien claritas en la ropa, para que el mío no sea menos que el que va a la parada del autobús, con las botas Hunter o las Ugg, y no valen las de Zara, que no ponen nada, no vayan a pensar que yo no puedo permitírmelo. Y es que las madres, y las abuelas, ya lo sé, se vuelven locas con los niños y los hacen consumidores desde pequeñitos de bienes que quizás cuando sean mayores no se puedan permitir. Y ahí viene el llanto y crujir de dientes, porque el niño, que vistió como el principito, cuando sea mayor querrá seguir siendo el rey del mambo, y a veces pues ya no se puede mantener el mismo ritmo, porque de pequeños los luces tú, pero luego se lucen solitos y ya no es lo mismo y te piden la marca de moda pertinente, pero a ti ya no te gusta porque no va contigo de paseo y es cuando se arma la gorda, pero que muy gorda.

Por eso cuando veo a un niño que, calculando, puede llevar encima sin despeinarse unos 300 euros o más, con tres añitos de edad, empiezo a pensar en que dentro de unos 12 años entrará su madre como una fiera por mi consulta, diciendo que es un caprichoso y quiere comprar de todo, cuando ella toda la vida se ha sacrificado por él, y ahora este gamberro le sopla una leche porque no le compra la tabla de snow de tropecientos euros... Pues eso. Y yo empezaré a despotricar como hago siempre y a tratar de hacerle entender que los niños se educan desde pequeñitos y que no vale ahora sí, ahora no, que hay que ser consecuentes. Y no saben cómo cuesta. Y que las rebajas son geniales, no seré yo quien las critique y no me digan nada a mí, que me pongo las botas con esta pelirroja que tengo a mi vera, a la que me apetece comprarle de todo, y aunque no me dejan, algo sí hago...

Pero les juro que todo dentro de un orden; ese orden que me dicta el sentido común y mi conciencia. De todas formas y para evitar tentaciones... Que se acaben las rebajas de una vez.

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