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Harén de astrónomas

Las mujeres son mayoría en la enseñanza superior pero siguen subrepresentadas en la élite científica

A principios del siglo pasado, un grupo de trece mujeres trabajó durante años en el Observatorio Astronómico de Harvard para elaborar el "Catálogo Harry Drapper", una clasificación de 400.000 estrellas, esencial para la astrofísica moderna. Se basaron en el estudio exhaustivo de miles de placas fotográficas, demostrando así su eficacia frente a la clásica contemplación directa del espacio a través del telescopio. Se las llamó el "harén de Pickering", nombre del científico que dirigía el observatorio y lideraba un proyecto, al que, sin embargo, daba nombre otro hombre, Henry Drapper médico y astrónomo que lo inició pero murió prematuramente. Fue su viuda y también colaboradora, Mary Ana, la que sufragó la materialización del catálogo.

Las trece mujeres conocían el nombre oficioso y nada científico que les habían adjudicado como grupo y obviamente no les gustaba nada. Algunas de ellas hicieron desde el observatorio de Harvard memorables aportaciones a la astronomía pero la universidad que recogió el fruto de su trabajo les negó sistemáticamente el reconocimiento de sus méritos porque no admitía mujeres en sus aulas y no encontró razón alguna para hacer una excepción. Aunque posteriormente se ha dignificado su memoria, como ven, fueron dos hombres los que dieron nombre a una gesta esencialmente femenina y anónima.

He recordado la historia de estas mujeres cuando escuchaba las palabras emocionadas y solemnes de David Reitze, director del experimento LIGO, anunciando la detección de ondas gravitacionales; el mundo le contempló sabiendo que, salvo extraño giro del destino, será el próximo Premio Nobel de Física. Sin duda habrá mujeres en su equipo, a ellas ya no les han cerrado el acceso a las aulas, son dueñas de sus propios méritos, nadie hace chanzas con su condición femenina? pero ellos siguen estando en la primera línea.

Contado en cifras, el 60% del alumnado universitario en España es femenino pero cátedras, decanatos, rectorados, gerencias de centros de investigación, direcciones de proyectos? son mayoritariamente masculinas. Eso sí, en el backstage, como asistentes de investigaciones y tareas, sí figuran ellas. En nuestra región, según datos manejados por la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, Fecyt, entre los diez investigadores asturianos con mayor reputación internacional, sólo figura una mujer. No es un problema local, la UE, de hecho, viene proponiendo desde finales del siglo pasado planes de acción para resolver la aparente paradoja de que chicas y chicos son escolarizados por igual en Europa pero la proporción de mujeres en la élite investigadora no llega a un tercio.

Lawrence Summers, rector de Harvard en 2005 resolvió el interrogante de la forma fácil e injusta, es decir, echándole la culpa a la parte débil de la película; aseguró que existían diferencias innatas entre hombres y mujeres: ellos, arguyó, están particularmente capacitados para la ciencia. Y entonces la universidad que figura en todos los rankings como la mejor del mundo, en la que un día se habló del "harén de Pickering", la que no aceptó a mujeres hasta la década de los sesenta, cesó al bocazas y nombró a su primera rectora: Drew Gilpin Faust. Siglo XXI.

Ver el mundo de la investigación científica como el paraíso de la meritocracia es una ingenuidad. Al igual que en el ámbito de la élite política o empresarial, es decir, donde está el corazón del poder, ellas van siendo minoría conforme nos acercamos a la toma de decisiones, a la generación de los cambios.

La mujer sigue sintiéndose más responsable en la ecuación de conciliar la vida personal y profesional porque la sociedad también lo ve así. Y cuando, a pesar de ello, sus méritos la colocan en una buena posición de cara a ser reclutada para puestos de decisión, vuelve a funcionar el círculo vicioso de hombres que designan a iguales en ámbitos tradicionalmente masculinizados.

Para no enfocarlo como una competencia porque de lo que se trata es de sumar, reflexionemos sobre el talento que se pierde en esa disfunción social enquistada, pensemos en la línea de investigación que no se inició, los enigmas todavía sin resolver, las enfermedades por erradicar, los descubrimientos que aún esperan. Sólo sabemos lo que ha sido nuestra historia pero no lo que pudo ser. Y eso inquieta.

Lo pienso cada vez que veo a mujeres marginadas pero también a personas de otras culturas y, sobre manera, a seres destrozados en sus cuerpos y sus vidas por las violencias. Perdemos todos, no hay manera de que lo entendamos.

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