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Párroco de San Pedro

Evangelizar es misericordiar

La imagen de la Iglesia como hospital de campo es expresiva y sugerente

Mucho se ha escrito sobre la Nueva Evangelización, esa denominación que puso en boga el santo papa Juan Pablo II en el discurso a los obispos latinoamericanos del Celam, en marzo de 1983, en la reunión que tuvieron en Puerto Príncipe, la capital de Haití. Esa nación que conmovió al mundo por la catástrofe asoladora del terremoto de enero de 2010, que causó miles de muertos y sumió a muchísimos más en la pobreza y en la miseria. Después de un primer movimiento de solidaridad, como suele suceder, vino luego el olvido y el abandono que insistentemente denuncian ONGs, Caritas y otras asociaciones solidarias.

En esa ciudad caribeña, conmemorando el quinto centenario de la Evangelización de América, les dijo el papa Wojtyla que la mejor manera de celebrarlo era no empezar una re-evangelización, sino una nueva evangelización. Y la concretó en estos términos: "Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión". Mucho se ha elucubrado y escrito sobre el alcance de esta descripción para que la Iglesia acierte a evangelizar la cultura actual, a entrar en diálogo con la sociedad plural de hoy y saber transmitirle su mensaje.

El Papa Francisco no ofrece novedosas teorías propias sobre ella: las realiza. Esta semana pasada acaba de inaugurar en las proximidades de la Plaza de San Pedro, allí a la sombra de la columnata de Bernini, junto a las duchas, barbería y albergue para los sin techo, un ambulatorio para las personas sin posibilidades de ser atendidas en sus enfermedades normales o crónicas (en situaciones de urgencia serán atendidas en cualquier hospital por humanidad) por médicos voluntarios de diversos hospitales y organizaciones humanitarias de estos profesionales.

Es la pastoral de los pequeños gestos, pero prácticos, que manifiestan el amor real al prójimo, la ayuda a sus necesidades más perentorias, la preocupación por ellos para que puedan vivir con dignidad. Hoy nadie duda que Francisco le está dando una imagen nueva a la Iglesia mucho más evangélica. Y todo bajo el sino de la misericordia, de la que dice que es el carné de identidad de Dios, el verdadero nombre de Dios.

La convocatoria del Jubileo de la Misericordia llenó a algunos críticos, bastantes, de decepción. Por lo del jubileo y por lo de la misericordia. Los jubileos han servido para las grandes obras que promovieron los papas y embellecieron la ciudad Eterna. Hoy mueve el turismo.

La misericordia es una virtud olvidada, como opuesta a la justicia, propia de gente bondadosa y devota, como la anciana que da una limosna al pobre a la puerta de la Iglesia. Puede enfriar y edulcorar el compromiso social y político que emana del evangelio y de la misma actuación de Jesús. Francisco lo ha tenido en cuenta. Inauguró el jubileo en la peligrosa e insegura ciudad africana de Bangui haciendo un llamamiento a la paz, la justicia y a la misericordia, estimulando a las misioneros a hacer presente a la iglesia en esa periferia hostil. Dice que la misericordia se vive y se experimenta practicando las obras de misericordia, esas catorce que el viejo catecismo dividía en corporales y espirituales, compendio popular del pasaje del evangelio del examen de evaluación que nos hará el Señor: "Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed?" que ha sido el ADN de la vida cristiana sencilla y popular y, en su momento histórico, la génesis de las grandes obras sociales y benéficas de la Iglesia, hospitales, orfanatos, colegios?que creadas en la edad media y moderna, pionera de la beneficencia.

Esas obras de misericordia siguen vigente y de actualidad. Por poner un ejemplo, ahí está la de "fui forastero y me hospedasteis" que está reclamando incluso a nivel de alta política europea solución humana al problema de los refugiados.

La imagen de la Iglesia como hospital de campo es expresiva y sugerente. Es para ofrecer con urgencia y prontitud los primeros auxilios y cuidados. Es lo que está haciendo con esa obra social que va creando en los aledaños del Vaticano. Con estos gestos ha logrado hacer más creíble su denuncia profética y su llamada a la solidaridad, como lo hizo a la reunión Foro Mundial de la Economía en Davos: "No os olvidéis de los pobres". Para Francisco, hoy evangelizar es "misericordiar".

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