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Periodista

Historias de un maltrato

Una mujer que sufrió violencia conyugal hace cuarenta años se ve obligada a rememorar su sufrimiento en un Juzgado

Cuando la lacra social de la violencia machista no se logra erradicar ni con la actual legislación es que fallan muchas cosas, pero no son objeto de este artículo. Sí quiero, en cambio, hablar del maltrato que se daba con tanta o más asiduidad que en la actualidad cuando no era noticia ni nadie hablaba de ello, cuando la mujer maltratada lo era porque "algo habrá hecho" y todo el mundo le daba la espalda para no meterse en líos de matrimonio, cuando la policía te recomendaba retirar la denuncia si no había testigos -que no solía haberlos dentro del hogar- y volver al domicilio conyugal, cuando si la mujer huía de su casa para salvar su vida podía ser denunciada por su marido por abandono con consecuencias posteriores y, en definitiva, cuando había mujeres muriendo a manos de sus maridos, parejas y novios pero no había estadísticas.

Todo esto pasaba no hace tanto tiempo. Mi madre lo sufrió hace casi cuarenta años (finales de los 70) y estos días, casi cuatro años después de fallecer el maltratador, se ha tenido que sentar delante de un juez porque uno de sus dos hijos -orgulloso heredero de su padre, por lo visto- ha decidido discutirle el cincuenta por ciento de la propiedad del piso que constituyó el domicilio conyugal del matrimonio, que el propio maltratador registró en escritura pública a nombre de la sociedad de gananciales después de que lo pagara su padre. Pero lo que quiero contar es que casi 40 años después mi madre volvió a ser maltratada, psicológicamente esta vez -solo faltaba-por uno de sus hijos -que la lleva ante el juez y no se digna ni en mirarla a la cara- con la colaboración de una abogada, y quizá sea el hecho de que se trate de una mujer lo que me haya impulsado a realizar este desahogo en forma de artículo.

Mi madre tuvo que oír de boca, precisamente de otra mujer, entre otras perlas, que "había demostrado pasividad" por irse a vivir a otro domicilio y no reclamar sus derechos sobre el domicilio conyugal y que "durante todos estos años había sido el difunto el que había pagado los recibos de la contribución y los gastos de luz, agua y gas". Faltaría más. Respecto a esto último, con todo lo que hubiera pagado mi padre en recibos no cubrió todas las mensualidades de manutención para los hijos fijadas en la sentencia de separación que nunca pagó, sin ninguna consecuencia legal. Y en cuanto a la supuesta "pasividad", la prioridad de mi madre fue salvar su vida, que estaba amenazada después de sufrir palizas brutales, y la de sus hijos. Por eso se fue de su casa con un hijo en cada mano y con lo puesto y, encima, teniendo que dejar una nota manuscrita a su maltratador informándole de dónde iba a estar para que no la pudiera denunciar por abandono del hogar. Sin entrar al detalle de más incidentes y amenazas, que ya no sólo afectaron a mi madre sino a su familia -que fue quién la apoyó y ayudo incondicionalmente-, todavía tuvimos que vernos inmersos en una huida que nos llevó a realizar una ruta "turística" por todo el norte de España, de casa en casa de familiares, de familiares de familiares, amigos de familiares, etc., huyendo del maltratador que nos seguía en coche con una escopeta y no precisamente para disolver pacíficamente la sociedad de gananciales. Así que, cuando el abogado que le llevó la separación le comentó a mi madre que tenía derecho a reclamar para sí y para sus hijos el domicilio conyugal, ella le contestó que ni hablar, que entonces íbamos todos al cementerio. En esto es en lo que esta señora abogada ha visto pasividad por parte de mi madre. Quiero pensar que su cliente -el orgulloso heredero de su padre- le ocultó toda esta información, pero, por lo que vi durante el juicio, no me lo pareció. Innecesario e incalculable es el daño moral y psicológico que todo esto ha producido a mi madre. A mí, ser testigo de esto no me produjo enfado o cabreo, como pensaba que me ocurriría. Lo que me produjo fue asco, asco físico, una sensación de náusea que nunca antes había experimentado salvo por causas físicas, y que estoy convencido de que la circunstancia de escuchar a una mujer hablar con ese desdén rayano en lo despectivo sobre las acciones realizadas o no por otra mujer en semejantes circunstancias de su vida ha sido determinante en que mi sentimiento sea de asco.

Mi madre, visto con perspectiva,tuvo suerte: sobrevivió y sacó adelante a dos hijos a los que nunca les faltó de nada, ella sola, con su trabajo y esfuerzo, y la colaboración de su familia. Cientos de mujeres se quedaron por el camino. Hubiera tenido más suerte si todo lo que vivió hubiera acontecido con la legislación actual porque el maltratador habría ingresado automáticamente en la cárcel y habría sido condenado a los años que hubiera decidido un tribunal y mi madre habría podido quedarse en la que era su casa con sus hijos y hoy tendría el usufructo vitalicio, sin discusión ninguna. Quiero pensar que si alguna vez a esta abogada le llega una víctima de malos tratos a solicitar sus servicios rehúse amablemente su defensa, porque en la materia que nos ocupa no se puede estar en misa y repicando.

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