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Musicólogo | Crítica / Música

Diálogo musical entre dos generaciones

La Sociedad Filarmónica de Gijón arranca la primavera apostando por los relevos generacionales, con dos conciertos en los que padres e hijos comparten escenario para demostrar que el talento, si bien no es hereditario, al menos tiene algo que ver con las vocaciones que pueda despertar el haber crecido rodeado de música. Evitemos tópicos manidos y extendidos como el que afirma que el arte corre por las venas, lo que vimos el pasado miércoles en el Teatro Jovellanos tiene mucho más que ver con el trabajo y la constancia de dos músicos que con un don divino. Francisco Jaime Pantín (piano) y Daniel Jaime Pérez (violín), padre e hijo respectivamente,ofrecieron un recital de sonatas de diferentes épocas con el que demostraron su buen hacer y el dominio de su instrumento en lenguajes y técnicas muy diversas.

Mozart siempre es una buena elección para abrir un concierto, una buena forma de tomar contacto y asentarse en el escenario. La "Sonata para violín nº 21" suena melancólica, sin el brillo característico de este compositor; puede ser la tonalidad menor o lo contenido del "Allegro" inicial. La interpretación logró transmitir el carácter de la obra, con diálogos equilibrados entre los instrumentos y buen manejo de las tensiones armónicas en las cadencias. La "Sonata para violín y piano nº 2" de Brahms nos adentró en el lenguaje romántico, pero sin perder la claridad temática y la sencillez de la estructura clásica. Sonó correcta, con definición en los contrastes entre los delicados pasajes lentos y los arrebatos cargados de sentimiento del segundo movimiento, aunque en el último hubo una menor conexión entre los ejecutantes.

Tras la pausa,Daniel Jaime Pérez salió al escenario en solitario para afrontar una valiente interpretación de la "Sonata para violín solo nº1" de Bach. En el "Adagio" supo transmitir la expresividad del lenguaje barroco y en la "fuga" dio vida a la multiplicidad de voces que se entrelazan en un tempo vertiginoso. No fue una interpretación del todo limpia, pero sí apasionada y con espíritu, dos cualidades fundamentales para que la música de Bach no se quede en un mero ejercicio de estilo. A continuación, entró Francisco para sumergirnos en el impresionismo de Ravel desde las primeras notas de la "Sonata para violín y piano nº 2" de Ravel. Pedales, tonalidades extendidas y una sonoridad evocadora sobre la que el violín mantiene el lirismo romántico en muchos pasajes y se rinde a la construcción de atmósferas en muchos otros. Ambos músicos estuvieron bien compenetrados y eso se reflejó en el resultado sonoro.

Para finalizar, los "Aires gitanos" de Pablo Sarasate sirvieron sobre todo para que se luciera el violín, y es que el virtuosismo del compositor navarro es un reto para cualquier violinista que decida adentrarse en sus obras. Daniel salió airoso y se manejó con soltura y determinación, lo que le hizo protagonista de la ovación final. Como propina, la "Danza Española nº 5" (Andaluza) de Enrique Granados, que varios asistentes seguían silbando y tarareando a la salida del teatro.

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