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Falsos amigos

Los daños colaterales de las subvenciones para la rehabilitación de fachadas

Quién no ha sido víctima de esas trampas semánticas con las que los idiomas ajenos nos humillan; palabras que se parecen en la forma pero nada en el significado. Yo quise hablar una vez de decepción utilizando el término inglés "deception" que realmente es engaño y aunque éste suele ir unido a una decepción notable, para ella los ingleses tienen reservado el flemático "disappointment". Nada que ver.

Hay un grupo de gijoneses y gijonesas que tienen un notable sentimiento de "disappointment" que está a punto de convertirse en "deception" por los daños colaterales que les ha generado la subvención municipal para rehabilitar sus fachadas. Que una dádiva tan generosa como una subvención al cien por cien para un gasto particular se convierta en el regalo envenenado que hipoteca la economía familiar o incluso hacer perder el derecho a prestaciones, exige al menos pararse a hacer una reflexión y detectar qué eslabón de la cadena falla y dónde hay que idear acción correctora para la próxima. En otras palabras, no puede ser que una ayuda municipal acabe siendo una condena.

El grupo local de gobierno dice que avisó reiteradamente de que las subvenciones debían ser declaradas a Hacienda por cada vecino de la comunidad, receptor final de una porción de la ayuda aunque ésta no hubiera pasado nunca por su cuenta personal puesto que el ayuntamiento paga directamente a la empresa encargada de la rehabilitación. Yo no dudo de que se haya informado a las comunidades ni de que el procedimiento sea el más eficiente para evitar desvíos o dilaciones. Por otro lado, la mayoría de las comunidades de propietarios están gestionadas por empresas especializadas que entienden estos matices y saben traducir las jeringonzas técnicas al castellano limpio de Miguel Hernández.

Pero ocurre que la realidad es tozuda y está plagada de casuísticas, por ejemplo, una comunidad de vecinos mayores con rentas muy bajas, personas que no sólo no están familiarizadas ya con una declaración de la renta, sino que incluso les cuesta comprender la dinámica cambiante de pensiones y prestaciones. Son sabios en la vida pero se pierden en esos galimatías burocráticos abstrusos, hechos por y para iniciados.

Si como consecuencia de todo este relato, hay personas que han visto recortadas pensiones no contributivas o perdido el derecho a un subsidio de desempleo o un salario social -lo cual es un drama en toda regla-, es evidente que quien diseñó sobre el papel estas ayudas no las contextualizó convenientemente en la dinámica actual de las rentas y el perfil de sus receptores. Pero, por encima de todo, es obvio que el ayuntamiento no se puede desentender de la debacle económica de sus conciudadanos, especialmente si ha sido generada por una política municipal.

Porque la sociedad de bienestar y la calidad de vida, conceptos que habitan en todos los programas electorales y discursos políticos, llevados a la práctica significan precisamente no desentenderse de nada que amenace el ya frágil equilibrio en el que andamos la mayoría. Si una generosa y bienintencionada ayuda municipal acaba teniendo el efecto perverso de empobrecer a quien la recibe, habrá que darle una colleja al falso amigo que nos ha tendido a todos esta trampa, no vaya a ser que el "disappointment" acabe siendo flagrante "deception".

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