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Alejandro Ortea

Varadero de Fomento

Alejandro Ortea

Pasos y carros

Otras supuestas celebraciones de Semana Santa que pasan sin pena ni gloria

Hemos pasado otro de los minoritarios festejos semanasanteros, con sus pasos, sus tambores, sus capirotes, sus manolas -¡ay, mis enseñoreadas manolas!- ora negra mantilla, ora mantilla blanca y menudeando acá y allá, entre el beaterio. Algún militar uniformado suelto que no se sabe muy bien qué pintaba en el desfile confesional católico. Y, al tiempo, enorme mariscada, que, al parecer, tira más el carro de un centollo que un fervoroso acarreo procesional.

Este pueblo nuestro no tiene todavía un ayuntamiento como el de Huesca en donde, incluidos sus cargos de representación y sus empleados públicos, y de acuerdo con el artículo 16 de la Constitución respecto a la aconfesionalidad del Estado, no asistirá a ningún acto que tenga carácter religioso, declinando las invitaciones que se le pudieran hacer, y tampoco organizará ni programará actos de carácter confesional. Remarcamos que la medida oscense se hace extensiva a los trabajadores municipales, que sólo podrán ir también a título particular, pero no en horario laboral ni haciendo uso de su uniforme u otros símbolos. Aquí, a los santos, hasta les tocan el himno nacional. No se sabe muy bien qué hace la izquierda municipal local que no pone coto a tanto exceso pío: sólo tienen que mirar unos treinta kilómetros más al sur para tener una idea cabal de la forma laica de actuar una corporación. Bastante es que, por respeto a la libertad de expresión y en aras de la tolerancia, tengamos que aguantarnos nuestra sensibilidad herida por estas demostraciones de un beaterío local que, por cierto, no siente la necesidad de procesionar por Montevil o el Nuevo Gijón, La Calzada o Roces, o sea que es una piedad de rancio abolengo y barrio antiguo.

Tampoco gozamos aquí de archimandrita o metropolitano fraile que riña a los ediles que no conviertan su fervor en disposiciones dinerarias del presupuesto a favor de las cofradías, más que nada por la sencilla razón de que algo reciben y no hay párroco mayor o menor que tenga ganas de meterse en el jardín de ponerse a reñir a concejales, sean de la cuerda que sean, es decir, nuestra semana santa es de medio pelo, sin emociones. Sus partidarios dicen que es recogida y austera, aunque no renuncien a la pública exhibición y sus más exaltados partidarios nos coloquen por estas fechas sus loas y hagan sus cursis pinitos literarios, como aquellos que se llevaban tanto en el reverso de las estampitas y en las hojas de los calendarios religiosos de nuestra infancia.

Por su lado, el del carro del centollo y la pinza del bugre, el hostelerío local anda dividido: los que se apuntaron a la fiesta del marisco, a su riesgo y ventura, encantados con las ventas. Otros, los que no quisieron tratos con la empresa organizadora protestaban por la competencia desleal que la cosa suponía. Cuando vuelva otra empresa con marisqueros gallegos a organizar otra, como la pasada temporada estival, protestarán unánimemente y, así, todos tan contentos.

Estas ferias del marisco "low cost" son otro de los signos que dicen más del tiempo económico y social que nos toca vivir que muchos estudios sociológicos. Los antiguos templos de los frutos del mar ya no tienen señores del ladrillo y el cemento que llenen sus comedores o ciudadanos que de vez en cuando se permitan hacer un extra. Por ello, tienen que inventarse algunos días al año donde el líquido fluya por caja y, a su vez, la plebe, atraída, por los precios algo más moderados, se sientan a los tablones dispuestos al efecto, para dar cuenta de los onerosos productos que morosamente nos proporciona la mar salada.

Y con estas lluvias y ausencia de grandes vientos, los ecologetas de salón no han tenido la oportunidad de llenar los medios esta pasada semana con sus alarmantes denuncias sobre supuestas partículas en suspensión. Esta semana han querido aguar la fiesta a los de Avilés: será que allí hay más fiesta y les entretiene más aguársela a ellos. Para que se fastidien y, si es posible, profetas apocalípticos, intentar que sean menos felices.

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