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Alejandro Ortea

Esto no marcha

En el pueblo no es que las cosas no avancen, es que retroceden lenta y descuidadamente

Dijo alguna vez el periodista José Martí Gómez que desde que desaparecieron el tabaco y el alcohol de las redacciones desapareció el debate. Puede que sea esta la causa, pero las redacciones actuales han perdido viveza y, como en toda oficina o centros de trabajo, se han establecido las relaciones laborales políticamente correctas. Ya casi no quedan discusiones, salvo en labores exteriores: es difícil asistir a agitados debates o discusiones entre currantes. En el comercio, por desarrollarse la actividad cara al público, se mantenían las formas, pero, sin tener que aguzar el oído, de las trastiendas se escavan en ocasiones airadas voces. Hoy en día y por menos de nada, una discusión en el trabajo termina en los tribunales. No sé cómo afectará tanta contención a la estabilidad emocional del personal o si la suerte del simple desempeño de un trabajo, el que sea, servirá para sustituir a cualquier otro tipo de expansión.

Tampoco está bien visto socialmente que el personal se dé a ciertas expansiones en el propio hogar. Una simple discusión puede provocar que los vecinos llamen a los guardias, por si acaso, de tal forma que no son de extrañar las escapadas de fin de semana de una proporción considerable del personal los fines de semana para darse a la ingesta de alcohol y otras sustancias que, sin duda, sirven para desinhibir el constreñido estado mental.

Definitivamente, en aras de la corrección extrema en la convivencia, vivimos como en el interior de una olla a presión, agobiados y sometidos a altos empujes de nuestras emociones, sin encontrar hueco por dónde dejarlas escapar.

Por eso, probablemente, consciente de estas circunstancias, a nuestra parte municipal de babor, no termina de convencerle la normativa local que pretende suprimir el botellón. Echan de cuenta que el personal precisa de ciertas expansiones y que los precios que rigen en los establecimientos hosteleros no están al alcance de ciertas economías, por lo que la insalubre práctica del botellón, por más económica, es un entretenimiento propio para los cachorros de la parte más desfavorecida de la sociedad. Según este argumento, llevado al absurdo, el botellón habría que inscribirlo en nuestro pueblo al negociado de los servicios sociales.

Cosas más raras se están viendo por aquí, como dejar la cosa del mantenimiento viario en manos de nefasto concejal Manuel Arrieta, probo funcionario que, como ya quedó aquí puesto, ha alcanzado gloriosamente su nivel de incompetencia. Este caso en particular sirve de ejemplo de para que las cosas funcionen adecuadamente se necesiten lo que genéricamente llamamos políticos, además de buenos y competentes funcionarios.

A un apreciado amigo, que tira hacia estribor y cuyas opiniones valoro, le parece que no me conviene la reiteración de mentar como caritativa cirujana a la incompetente y trafullera alcaldesa que nos ha tocado en suerte soportar en esta villa marinera. Pero, ¿cómo referirse a una persona humana a la que tan escasas prendas políticas adornan, e inopinadamente aupada al mando, sin faltarle al respeto o, mucho menos, insultarla? Ella y no otra es la responsable del atasco que provocan los enredos de Arrieta, o de los manejos, con su extrañamente atascada soltura verbal, y pequeñas o grandes falacias del manipulador Couto. ¿Y qué decir para su inepcia a la hora de negociar y lograr que concilien ministerio de Fomento y Principado en el plan de vías y estaciones? Por no sacar a colación su falta de pericia en las aquí tan necesarias buenas relaciones puerto/ciudad, cuando la otra parte tanto está poniendo por su lado. Se queda en lo que es: una cirujana a la que no son ajenas ciertas caridades, pero no nos vale como alcaldesa: no está a la altura y Gijón lo padece a modo.

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