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Tormenta de ideas

Sexagenaria

La gratitud de una mujer que cumple 60 años, pero que por dentro se siente una veinteañera

Cuando ustedes lean esto, si Dios quiere, yo estaré celebrando mi 60.º cumpleaños. Sí, 60 como 60 soles. Que mirándolo bien es maravilloso cumplirlos, por supuesto, pero no puedo evitar que impongan un poco. Aquí, el padre de mis hijos, que es mucho mayor que yo (exactamente una semana), comentaba que la propia palabra es un pelín descorazonadora... Fuimos veinteañeros y treintañeros; después cuarentones y cincuentones; pero ahora somos ¡sexagenarios!

La palabreja me suena tan tan mal, que creo que por primera vez en mi vida me voy a quedar en los cincuentaytantos. A ver, que es posible que no los aparente por fuera, eso es pura genética, pero que se lo digan a mi espalda, a mis rodillas, a todos y cada uno de los huesos de mi cuerpo, a mi memoria, que cada día se va mermando un poco más, pero, oigan, que yo sigo bastante centrada en mi trabajo y en mi vida, lo que hace que realmente no me llegue a creer del todo que sea eso: sexagenaria.

Porque el problema es que esa señora con arrugas, arrugas que he forjado con muchas risas y también llantos, esa señora que se refleja en el espejo no soy yo. Yo soy una jovencita que tiene muchos sueños por cumplir y mucha fuerza y muchas ganas. Pero claro, eso es por dentro, que es como realmente me siento. Disfruto cada segundo de felicidad que tengo con mi pelirroja que me tiene absolutamente loca, me tiro y gateo con ella (y al día siguiente me duelen hasta las pestañas), juego con mi nieta adoptiva tirada en el suelo "a las pelus", como ayer por la noche cuando llegué a su casa, y soy feliz dándole el beso de buenas noches, porque cuando estoy, tiene que ser su tata quien la acueste. Ellas me han dado la vida, la fuerza y la energía que quizás me faltaba. Me dan fuerzas para trabajar, para aprender, para poder estar a su altura, para que tengan un tata que baile, que lo hago, que cante, que vuelva a coger la guitarra para cantarle a mi niña y para volver a ser el jilguerín de mi casa, como decía mi madre. Hacía mucho que no lo hacía, pero con 60 y todo he vuelto a mi juventud tocando mi olvidada guitarra otra vez.

Miro hacia atrás (cuando uno cambia de década es casi inevitable y más con esta) y veo una vida con mucho dolor, pero también con la satisfacción de haber conseguido lo único que me propuse: formar una familia unida y feliz, lo que hoy en día no resulta tan sencillo. Es una familia normal, un matrimonio normal con sus riñas y estupendas reconciliaciones, con un jubilado que es cada vez más parte de mí misma (aunque a veces me apetece mandarle a ver obras, por Dios), unos hijos sanos, felices y enamorados, y una nieta que no me merezco. En lo profesional tengo un trabajo que me llena totalmente, así que no tengo más que dar gracias por todo lo que se me ha dado, y por lo que también he luchado, conste. Pero verán, es que necesito otros 60 y eso va a ser que no. Que quiero aprender inglés, y a ser posible italiano, quiero bailar, volver a cantar, montar a caballo, acabar el libro, ir a todos los congresos que pueda, aprender mucho más sobre mi profesión, estudiar historia, viajar, tomar muchos culinos con mis amigos de hace 40 años, seguir con mis vermús al sol con él, bailar hasta las 5 con las amigas jovencitas con las que me he reencontrado y sentirme casi casi una de ellas, quiero seguir sintiéndome tan joven como me siento, seguir escribiendo para el que me lea y ser tan feliz por llegar a cumplirlos. Simplemente por estar viva, hoy, cada día. Todos los días le doy gracias a Dios (sí, lo confieso, soy creyente y, para mayor escarnio, practicante) por ver la luz del sol, o la lluvia más bien, por esperar el momento en el que me pongan a mi niña por la mañana en la cama, para poder ver cómo tiene el genio de su padre y de su abuelo, que ya riñe y todo...

Y sentirme muy muy agradecida de haber llegado a los 60, algo que nunca pensé que conseguiría y ser eso: una sexagenaria aunque por dentro les juro que soy una veinteañera. Así que nada, a disfrutar de este día con él, siempre ahí, con los padres de mi nieta y los otros dos que sentiré conmigo aunque estén a miles de kilómetros... Ellos son mi mejor obra, mi verdadera victoria en esta vida. Déjenme que dé gracias por ello, de verdad. Gracias, gracias, gracias.

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