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Apuesta por la retórica para un aniversario

María Moros reivindica el papel de la viola interpretando a Britten con la OSPA

Sigue el maratón de conciertos de la OSPA para celebrar su primer cuarto de siglo. En esta ocasión ofrecía un programa a priori nada fácil de hilvanar por la variedad de las obras que lo componía y por la cantidad de referencias que alberga cada una de ellas. La OSPA está apostando en este aniversario por una de las herramientas más poderosas de la música: la retórica; si en el concierto de la semana pasada los discursos musicales se articulaban en torno a un tema con variaciones, en esta ocasión ha sido el turno de la paráfrasis, que permite reelaborar un motivo (incluso toda una obra) adaptándolo a nuevos lenguajes.

La juventud del autor de los "Tres estudios sobre Couperin", el británico Thomas Adès (1971), hacía esperar una total deconstrucción de la obra de uno de los máximos representantes del estilo galante francés. Adès sorprendió por todo lo contrario, en su obra se mantienen incluso los trinos y las cadencias de la obra de Couperin y se percibe el sabor barroco aderezado con temas nerviosos, entrecortados, disonancias y efectos propios de la contemporaneidad que resultan en una sonoridad particular. La OSPA supo maridar a la perfección la variedad de ingredientes que configuran la obra bajo la diligente batuta del italiano Lorenzo Viotti.

Britten nos tiene acostumbrados a obras mucho más grandilocuentes que el "Lachrymae" que completó la primera parte. Una pieza construida en torno a un lamento del compositor renacentista John Dowland que otorga todo el protagonismo a la viola. María Moros, viola solista de la OSPA, se lució con una interpretación plagada de recursos en la que demostró la versatilidad de un instrumento que pocas veces destaca en la orquesta. El clima general fue pausado, contenido, una atmósfera creada a través del diálogo de la viola con una reducida orquesta. Los pizzicatti, la disolución del compás y el amplio registro del instrumento principal configuraron un aire enigmático, de constante suspense. La merecida ovación a María Moros valió una propina en forma de cámara, pero sin la participación del violín.

Beethoven ocupó toda la segunda parte con la "Sinfonía n.º 8", y después de la contención que predominó en la primera parte, el despliegue de efectivos y el brillo de la obra desde los primeros compases llegaron como un haz de luz al Jovellanos. El tema de aire popular que guía el primer movimiento fue transitando por los diferentes grupos de instrumentos siguiendo la lógica sinfónica de este compositor, que en esta tardía sinfonía echa mano de una estructura muy clásica sobre la que construye su habitual arquitectura orquestal. Viotti se empleó a fondo para sacar toda la energía de la obra, y el resultado fue grandilocuente. La OSPA le tiene cogida la medida a las sinfonías de Beethoven y esta octava no supone ya ningún reto para esa orquesta.

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