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Crítica / Música | Musicólogo

Una exhibición de maestría

El intérprete ruso Ovchinnikov da muestras de excelente virtuosismo al piano

Uno de los términos más manidos dentro del mundo de la música clásica es "maestro". Lo hemos escuchado tantas veces, en tantos contextos y aplicada a tantos intérpretes, que prácticamente ha perdido su significado. Afortunadamente, aún hay ocasiones para poder emplearla con su sentido original, el que apela a la interpretación magistral no tanto por la destreza técnica o la perfección en la ejecución de una obra como por la capacidad de imprimirle un aire y una personalidad propia a la obra. El pasado miércoles Vladimir Ovchinnikov dio una lección de maestría en el Teatro Jovellanos, en lo que fue uno de los últimos conciertos de esta temporada para la Sociedad Filarmónica de Gijón.

La veteranía de este pianista ruso juega a su favor a la hora de ganarse el calificativo de maestro, pero echando un vistazo a su trayectoria queda claro que esta condición ha sido labrada con una carrera plagada de éxitos. La "Sonata para piano nº3" de Beethoven con la que abrió el concierto fue su carta de presentación, con un allegro de interpretación fluida, rápida, destacando bien la melodía principal con una técnica depurada y un gesto contenido de aparente frialdad bajo el que se escondía una evidente intención de comunicar y de controlar el desarrollo de toda la obra. Las sonatas de Beethoven son siempre un reto para los pianistas, porque pueden quedar inertes, sin vida, si el intérprete no es capaz de imprimir su carácter a la partitura.

Ya metidos en materia, llegó el momento del virtuosismo de la mano de "La leggierezza" de Franz Liszt, perteneciente a la serie de los "Tres estudios de concierto". A las vertiginosas cascadas de escalas descendentes hay que sumar el ritmo irregular que impregna la obra. La "Polonesa nº2" también sonó con la dificultad de la melodía entrecortada, dubitativa, característica de la obra y los complejos cruces de manos que Ovchinnikov despachó prácticamente sin inmutarse. Si las sonatas de Beethoven corren el riesgo de sonar planas, con Liszt el peligro es quedarse en el virtuosismo técnico, y aquí el pianista ruso supo cargar las obras de alma.

La segunda parte fue íntegra para "Cuadros de una exposición", de Modest Mussorgsky. Hace un par de semanas esta obra sonaba plena de energía e ímpetu juvenil en las manos de Jorge Nava durante el concierto que ofreció en el Museo Casa Natal Jovellanos. Ovchinnikov apostó por una interpretación más reposada, con el objetivo de hacer más visibles los contrastes entre pasajes. En su visión, la obra se expande y se contrae como si respira adquiriendo vida propia. Durante media hora las notas se fueron llenando de una amplia paleta de colores, sonando a veces aletargadas, casi moribundas, y otras veces imponentes y con una fuerza arrolladora. Al final, el público estalló en una ovación en la que se oyeron varios "bravos", y Ovchinnikov correspondió siendo generoso en las propinas; pieza a pieza, sonaron Rachmaninov, Rimsky Korsakov y Franz Schubert, para terminar con la "Marcha" a piano de Prokofiev. Fue un concierto de los que crean afición y toda una exhibición de maestría.

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