Jesús Herrera Martínez (Petrel, Alicante, 1976) es licenciado en Bellas Artes por la Facultad de San Carlos de Valencia (1999), carrera que terminó con una beca Erasmus en la Academia de Bellas Artes de Venecia. Ha realizado otros estudios de filosofía, dibujo y métodos expresivos, también en Valencia. El curso 2013-14 lo pasó de becario en la Real Academia de España en Roma. Allí pintó un gran díptico que reunía mitologías de la antigua Roma con una vista de la ciudad desde la colina del Gianícolo, donde está la Academia, que ocupa el convento de San Pietro in Montorio que ordenaron construir los Reyes Católicos en los años finales del siglo XV. Ha realizado estancias con estudios y exposiciones en Belo Horizonte y Sao Paulo (Brasil), México, La Paz (Bolivia) y Holguín (Cuba), con ayudas del Ministerio de Cultura para la promoción del arte contemporáneo español. "El paisaje en el nuevo Occidente", ganó la beca "Alfonso Roig" 2015, otorgada por la Diputación de Valencia, para un proyecto pictórico sobre paisaje en México y Sao Paulo. Por supuesto, el nuevo Occidente es el continente americano. Tan impresionante currículum no es habitual y viene a confirmar el interés que suscita la obra de este joven pintor.

Además de 5 grandes cuadros al óleo sobre tela, se exponen en ATM, que dirige Diego Suárez Noriega, 36 obras pequeñas a la acuarela, grafito y tintas, que versan sobre las vallas publicitarias a la entrada de México DF y otras grandes ciudades, vallas metálicas que se van degradando rápidamente y pronto se convierten en ruinas industriales; mas una serie de otras 6 obras tomadas de fotos reales sobre la destrucción del Hotel Regis, 2 obras al pastel sobre negro y 6 pequeños óleos sobre lienzo sobre postales de arte que adornan su estudio.

El romántico admira la naturaleza, queda pasmado ante los abismos, se rinde ante el mar o la cumbre montañosa. Admira también las ruinas clásicas, esos templos griegos de piedras caídas que aún transmiten una dignidad suprema, esos monasterios medievales abandonados, cuyas piedras arrancan las raíces de grandes árboles. La poética de las ruinas, la melancolía ante las glorias del pasado, traen a la mente del romántico el paso del tiempo, el futuro inexorable de la muerte que nos aguarda sin que sepamos el día ni la hora. Tal expresan las obras de un gran pintor romántico, Caspar David Friedrich (1774-1840), a quien Jesús Herrera toma como referencia. En "Deriva y catástrofe" coloca nuestro pintor de espaldas mirando a la ciudad de México al mismo personaje de Friedrich en "El caminante sobre el mar de nubes" (1818). Una columna de humo proclama que las ciudades de hoy están llamadas a un continuo proceso de destrucción y renovación. Y ya no estamos ante una ciudad planificada con cierto rigor. El centro histórico de las ciudades sudamericanas ha sido desbordado y las casas humildes se acumulan en valles o trepan por las montañas cercanas que las rodean. La obra "El naufragio" pinta la destrucción del famoso Hotel Regis durante el terremoto que asoló México DF en 1985 y dejó sin casa habitable a casi un millón de personas. El título alude al cuadro llamado "El naufragio del Esperanza", que a menudo se confunde con "Mar de hielo" (1824) de Caspar David Friedrich. Y como las paredes de hormigón y hierros retorcidos son imposibles de pintar, las ruinas del Regis están compuestas al modo de los bloques de hielo de Friedrich. Además, junto al Hotel Regis cayó también a su lado el restaurante Versalles, que albergaba un mural sobre la historia de México, pintado por Diego Rivera en 1947. Restos de esta obra son visibles entre los escombros. De todas maneras, las paredes caídas del Hotel Regis y dibujadas como los bloques de hielo de Friedrich no se nos van a olvidar, pues aparecen singularizados en otras obras de esta exposición, como en las tituladas "recorridos para paisaje", pintadas al pastel, ceras y lápiz de grafito Conté sobre papel con fibras de algodón, que presentan un aspecto sedoso de terciopelo.

Otras veces recurre Jesús Herrera a obras de pintores autóctonos, como la vista del valle de México de José María Velasco (1840-1912) pintada por este artista en 1875 desde el cerro de Santa Isabel. En el mismo sitio se coloca Jesús Herrera, dejando a sus espaldas una valla revestida con falso pan de oro, certera ironía publicitaria. En cuanto al "Paisaje de Sao Paulo", la ciudad fundada como misión de los jesuitas a mediados del siglo XVI por el padre Juan de Anchieta - canonizado por el Papa Francisco el 3 de abril de 2014- Jesús Herrera elabora una vista de la ciudad actual, sin que falten elementos simbólicos, como el humo, esta vez pintado y también esculpido en poliéster delante de la silla roja del pintor ausente.

Y volvemos al titular de este artículo. Los románticos se sentían admirados, apabullados e impotentes ante hielos, tormentas, erupciones volcánicas, inundaciones y terremotos. Se sentían dominados por la naturaleza, cuya grandeza reconocían. Dos siglos después, todo ha cambiado. Somos nosotros, los humanos de los siglos XX y XXI, quienes estamos cambiando las condiciones físicas del planeta Tierra, reduciendo la biodiversidad, convirtiendo los océanos en sopas de plástico, aumentado la temperatura del globo terráqueo con gases de efecto invernadero, provocando agujeros de ozono, etc. Denuncia y analiza esta situación el Papa Francisco en su encíclica "Laudato sí", con planteamientos tan novedosos en la Iglesia Católica como el apoyo en posiciones científicas de gran consenso y la relación entre cambios físicos y condiciones sociales de vida digna. Toda una teología ecologista. Y lo peor del caso reside en que no parece que haya acuerdos entre las naciones para frenar este proceso de deterioro del planeta. Hasta ahora los pocos que hubo han fracasado.