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Tormenta de ideas

Comuniones dobles, ¿quién da más?

El cambio a peor en la forma de entender las celebraciones en torno a los hijos

Es que ahora ya no es una. Son dos. Sí, dos celebraciones por todo lo alto, en el que ambos padres divorciados y con parejas e hijos en común y de las parejas respectivas, rivalizan a ver quién le hace la "más mejor fiesta" de comunión del mundo al rey o a la princesa de la casa. Y claro, ya es el colmo. Me parece asombroso que ni siquiera por un día quieran hacer feliz a su hijo estando juntos en la ceremonia, pero la verdad es que la experiencia cada vez me indica que en muchas, pero muchas ocasiones, no prima el bien del niño, sino el propio. Y uno no puede ver a la exparienta, y la otra no puede ni soportar a la nueva novia de papá. Y entonces llega el lío.

Porque es cuando cada uno celebra su propio fiestorro. Y ahí vienen los problemas, porque al nene o nena, juradito, ya no le queda nada por pedir, ni por tener. El iPad se lo rifan a ver quién se lo regala, el teléfono ya viene hasta con muñequitos de comunión, que dado cómo están los niños ahora, seguro que les da hasta repelús, pero quitando la pegatina y poniendo una que esté de moda, ya tienen su smartphone de última generación. Y es que las comuniones son cada vez más como las bodas. Ésas en las que la gente se empufa, pide créditos si es necesario para que el niño tenga castillos hinchables, magos, entretenimiento y fuegos artificiales si es posible. La media según las últimas noticias ronda los 4.000 euros, cifra de la que supongo que no todo el mundo puede disponer alegremente para gastárselo en algo que al niño, que ya está más que "refalfiao" de todo, le da más o menos igual.

Harto como está de otras comuniones semejantes, divertimentos varios en cumples y demás zarandajas, que en este momento la vida social de los nenes es como la de la Preysler. Con lo normalitas que eran las comuniones de toda la vida; vamos, sin ir más lejos, las de mis hijos. Ceremonia y a casa con la familia a merendar y con los amigos más íntimos de los niños a jugar y retozar por donde pudieran.

Todo era sencillo, normal. El vestido lo heredabas de cualquiera, nada de gastarse una barbaridad en un vestido de primera comunión como si fuera un vestido de novia (algunas juro que no les falta más que el novio), si es niño un pantalón, una chaqueta y su primera corbata que solía hacerles hasta ilusión, y las gracias y las payasadas las hacías tú, que para eso eran tus hijos, le dabas a la imaginación y con un poco de suerte obsequiabas unas chuches a los amiguitos, que supongo que ahora te tirarían a la cara. Todo ha cambiado a peor. Porque se ha olvidado para empezar el principal objetivo de la comunión, un sacramento de quienes pertenecen a la Iglesia católica... Y no puedo comprender cómo sigue habiendo tantas, mientras las iglesias permanecen llenas de sexagenarios como yo.

Es decir, ni los niños ni los padres vuelven a pisar una iglesia. Por eso me encanta cuando unos padres consecuentes no la hacen para sus hijos, y dejan que ellos decidan cuándo y cómo sea. Si realmente tú no eres creyente, no practicas, me parece totalmente hipócrita el hecho de hacerle una comunión al niño como si le fuera la vida en ello. El niño aprenderá valores mucho mejores si le explicas que tú no eres creyente, que no está bautizado, y que él decida cuando sea mayor. Pero eso quiere decir que no te gastarás los 4.000 euros, y quizás eso, ¿sabes?, el grupito del Whatsapp del cole no lo entienda muy bien. Así que venga, hagamos una, o dos si ya no estamos juntos, a cuatro mil talegos por cabeza... ¡Que el mío no va a ser menos!

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