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Crítica / Música | Musicólogo

Hristova conquista el Jovellanos

La OSPA convence con poemas sinfónicos de Mussorgsky y Chaikovski

El tercer concierto que la OSPA ofrece bajo el título "Cuaderno de viajes" resultaba, a priori, bizarro. El programa conjugaba a los rusos Mussorgsky y Chaikovski con el argentino Piazzolla: lenguajes y tradiciones muy diferentes a las que cuesta justificar puntos de encuentro. Sin embargo, el atractivo de las obras convenció al público gijonés, que el pasado jueves fue mucho más numeroso de lo habitual en la temporada de la OSPA.

Cuando todos esperábamos que sonara Piazzolla, la orquesta sorprendió dándole una vuelta al programa y arrancó con Mussorgsky. El poema sinfónico "Una noche en el Monte Pelado" convirtió el Jovellanos en un aquelarre de sonidos que evocaban la magia de la noche de Walpurgis; un mundo de fantasía musical con vocación narrativa a base de melodías que emergían de la sólida masa orquestal. Campanas, espíritus, voces sobrenaturales? todo era sugerido con instrumentos, motivos y dinámicas de una orquestación que lleva el reconocible sello de Rimsky-Korsakov. La OSPA estuvo soberbia bajo la batuta de David Lockington, arrolladora en su conjunto y con una gran compenetración entre grupos instrumentales que hace difícil destacar a los vientos sobre las cuerdas o la percusión.

Las cuerdas se quedaron solas para acompañar a la violinista Bella Hristova en la interpretación de "Las cuatro estaciones porteñas" de Astor Piazzolla. La obra guarda notables vínculos con las estaciones de Vivaldi en su concepción para quinteto que se convierten en citas literales en adaptaciones como la que pudimos escuchar el jueves. Hristova deslumbró desde los primeros compases por su virtuosismo y una capacidad para transmitir más allá de la interpretación pulcra de la obra. Esta música pide personalidad en la ejecución, y la violinista búlgara supo imprimirle el carácter adecuado a cada fraseo, jugando con los retardos, los ritmos de tango, las melodías cantables y las estructuras barrocas que están presentes en los cuatro números. Las cuerdas de la OSPA estuvieron en su sitio, apoyando las melodías del violín y marcando los caprichosos tempos de la obra. Gustó mucho, y la ovación del público valió una propina de marcado aire zíngaro.

El poema sinfónico "Francesca da Rimini, Fantasía después de Dante" de Chaikovski copó la segunda parte. Tras el aire popular de Piazzolla, el arranque de esta pieza sonó especialmente solemne, con una melodía en chelos y contrabajos que evocaba el infierno. A partir de ahí, el drama y la intensidad iban creciendo en cada pasaje y resolviendo la tensión en poderosos clímax que sonaban como explosiones y hacían incluso vibrar el suelo del teatro. Una segunda parte de la obra más lírica y sosegada permite disfrutar del juego de texturas y dinámicas que desvelan las dotes de este compositor en la orquestación y nos conduce a un espectacular clímax final. Aquí la OSPA volvió a dar muestras de su buena compenetración, como un conjunto que respira a un mismo tiempo para dar vida a cada pasaje. El público agradeció el espectáculo con una prolongada ovación que obligó a Lockington a salir varias veces al escenario.

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