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Cien líneas

Saltó a la fama en Gijón

En las fotos aparece fijando la mirada en los trebejos y con su madre sentada al lado. Un crío. Arturito Pomar, niño prodigio, se convirtió en estrella del ajedrez nacional y pudo llegar a ser campeón del mundo, pero, ya se sabe, las pirámides necesitan una ancha base para alcanzar grandes alturas.

Acaba de morir. Saltó a la fama en Gijón, en uno de los torneos internacionales de la ciudad. Hizo tablas con el genial Alekhine, campeón del mundo. En aquel encuentro participó también con gran éxito Antonio Rico. Podría contar ahora muchas cosas.

Pomar era balear como Guillermo Timoner, otra estrella del momento. En los cincuenta explotaron. El verdadero héroe de la posguerra fue Manolete.

Pomar, Timoner, Exuperancio "Fred" Galiana y, claro, Federico Alejandro Martín Bahamontes, el águila de Toledo, que tenía en Loroño a su amigo y rival local, como le ocurrió a Pomar con Medina.

Asturias siempre fue una potencia ajedrecística. Especialmente Gijón. Ahí está Carlos Suárez, acaba de conseguir la tercera norma para maestro internacional. Y qué decir de Julio Rey Pastor y Demetrio Espurz, profesores en su día de la Universidad de Oviedo.

La tradición gijonesa era en aquellos años muy marcadamente burguesa, heredera del Ateneo Obrero porque las transversalidades no son exclusivas del presente. El más sobresaliente del grupo fue Román Torán. Y Pablo Morán, habanero como Capablanca, el mejor divulgador y estudioso de los 64 escaques. Ah, no sobra recordarlo: periodista de LA NUEVA ESPAÑA. Lo sabía todo sobre Pomar.

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