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Somos ellos

"Se hizo de noche, se hacía imposible seguir, entonces todas las gentes salieron de los coches, de los camiones y se lanzaron a pie por los bordes de la carretera. Las mujeres, los niños en grupos, caminaban horrorizados, despavoridos, enloquecidos en revuelta maraña, empujados por el ansia de llegar". Es el recuerdo que José Machado tiene de la noche lluviosa, invernal, del 27 de enero de 1939, en la que junto a su mujer, su madre y su hermano, el poeta Antonio Machado, cruzaron Port Bou hacia Francia, en dramático exilio junto a medio millón de españoles.

Empapados, hambrientos, aterrados, angustiados por la separación de las niñas de la familia -"nuestras rosas", decía Antonio- que iban camino de Rusia, los enseres abandonados en la ruta, ya sin equipaje, en medio de la oscuridad y mientras la madre anciana no deja de preguntar "¿llegamos pronto a Sevilla?", encuentran un vagón abandonado en una vía muerta y allí pasan la primera noche en tierra francesa.

Leo "Últimos días en Colliure, 1939" de Jacques Issorel, sobre las horas previas a la muerte en Francia de Antonio Machado y su madre, enfermos de exilio, al tiempo que se hace público que la alcaldesa de París, Anne Hidalgo -hija de emigrantes españoles- quiere crear un campo de acogida de refugiados en las afueras de la ciudad, en colaboración con oenegés, para dignificar las condiciones de vida de cientos de personas que, tras odiseas de inenarrable pesadilla, han conseguido llegar a la capital gala y se hacinan sin control en espacios del extrarradio.

Los españoles que huyeron con Machado también fueron organizados en campos cuyas condiciones estremecen y más aún los otros campos que a algunos esperaban un año después, durante la ocupación nazi, una nueva vuelta de tuerca del terror. El caso es que a mí la decisión de Hidalgo me produce sentimientos encontrados. No cabe duda de que, al menos, trata de articular una solución ante la vergonzosa impasibilidad y desentendimiento de la UE, pero un campo de refugiados en el corazón de Europa ¿no es, en realidad, un gueto?

Al mismo tiempo, siete refugiados sirios e iraquíes acaban de llegar a Asturias. Son cinco adultos y dos niños cuya integración en la sociedad asturiana gestiona la oenegé de atención a inmigrantes y refugiados ACCEM Asturias, en colaboración con el gobierno regional. Vivirán en pisos de Oviedo y Avilés. Gijón acogió hace un mes a un primer inmigrante procedente de la crisis siria. El consejero de Presidencia, Guillermo Martínez, habla de que Asturias está preparada para acoger a entre 400 y 700 pero, mientras por millares se ahogan en el Mediterráneo y cientos de miles se agolpan en las fronteras comunitarias, aquí, por el momento, lo cierto es que han llegado ocho.

Ante la mayor catástrofe humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial, de la que no podemos decir "no sabíamos" porque la aldea global nos surte de imágenes de bebés recién ahogados, gentes hacinadas, mafias de explotación sexual y tráfico de órganos, desapariciones, familias rotas, cargas militares? ante este reto a la sociedad civilizada de la que presumimos y cuyas bondades queremos extender al mundo, respondemos con la inacción o, si acaso, con acciones que van de la dudosa equidad a la bonhomía, sí, pero desproporcionadamente exigua, infinitesimal. En resumen, inoperancia.

Para esas buenas gentes acogidas por las buenas gentes asturianas lo que ha ocurrido en sus vidas es todo, sin ninguna duda, un milagro en medio de la catástrofe. Y yo creo a pies juntillas en la frase del Talmud que Itzhak Stern (interpretado por Ben Kingsley) pronuncia en "La lista de Schindler": quien salva una sola vida, salva el mundo entero. Así que benditas vidas salvadas y benditos salvadores. Pero, si nosotros fuésemos ellos -y lo fuimos, lo somos, lo seremos- ¿no desearíamos desesperadamente que esa vida fuera la nuestra?

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