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Paco Ferrán: elogio de un necio

Memoria de un pintor y hombre bravo de pulso firme de acuarela

Tengo en mi casa una acuarela que dibuja mejor que ninguna los macizos de los Picos de Europa. Dibujados por los pies que los habían andado.

Tengo en mi recuerdo un barco y una corta navegación, y la generosidad de un patrón que me llevó a tierra antes de que el precipicio de la náusea me condujera directamente a la muerte súbita.

Tengo en mi memoria las tarde-noches de verano tan utópicas, tan indecentemente sosegadas que parecieran un reposo ante la casa de terral de la Castilla que él había vivido.

Paco Ferrán fue un hombre bravo. Organizador, hombre trabado en mares y tierras, notable analista de amigos y de agudo ojo clínico de tramposos y transformistas como aquellos que, en verbo de Machado eran "?mala gente que camina y va apestando la tierra". Vino a la vida bien pertrechado de argumentos, porque nada le fue regalado, salvo por lo obtenido con su esfuerzo. Con su capacidad para disipar toda mala costumbre, su distracción ante opiniones ociosas, su singular razón de ser un hombre leal y honrado, Paco, digo ahora, fue un hombre grande desde su talla inconmensurable: su cuerpo lo podía todo, pero su alma podría devorar a quien hiciera daño a los pequeños.

No puedo reprimir una anécdota que él contaba acerca de su padre. De joven, en su casa castellana, un asistente tenía, al parecer, pocas luces. Paco, adolescente, trataba de darle indicaciones para facilitarle la labor. Advertido su padre de la situación, vino y le dijo a Paco: "No te empeñes; es como lavarle la cabeza a un burro, pierdes el tiempo y el champú". Y en este principio circuló bastantes veces Paco Ferrán. No quiso nunca perder el tiempo y trató de alcanzar la realidad de lo imposible.

Su pulso firme de acuarela ya se habrá encontrado con el buen ojo de fotógrafo de Ramón González, redactor-gráfico que fue de LA NUEVA ESPAÑA, y que se despidió de Paco después de haber compartido aquella comida en la que nos acompañaban Víctor Montero y Luis Mugueta en el Mesón del Sancho. Paco inauguraba una exposición allí al lado. Era el mes de enero de 1993, nunca olvidado por quienes estuvimos allí.

Buscando en mi memoria me saltan a la cara sus caras de pillo, sus acuarelas de Navidad, sus ojos traviesos y su permanente observación del movimiento sociológico de la ciudad. Con absoluta discreción y con enorme respeto hacia la opinión del adversario. Salvo que vinieran con el cuerno de abajo arriba.

Resultaría ocioso opinar acerca de Paco Ferrán, sin que de él pudieran hablar su Paloma del alma, sus hijos María, Marta y Paco y sus amigos Ladi y Plácido. Y todos aquellos que compartieron con él sus campeonatos de automovilismo como "Fafeche" (para que su padre no lo supiera), de motociclismo, de alta montaña?, y de los Picos, lugar que admiró con pasión.

Nos quedó pendiente este verano pasar un día en el hórreo de Quirós, bajo las paredes de escalada. Nos quedó pendiente aquella canción en la guitarra. Nos quedó pendiente, nada.

Buena singladura tengas, Paco. Seguiremos atentos a la niebla para poder ver los pies en la distancia. Fuiste derecho como un necio y como un necio te fuiste sin decir nada. No cabe mayor generosidad, como la que siempre tuviste en aquella terraza.

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