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Carcas

Elecciones, referendos y autoridad moral de los abstencionistas

Mi última landlady inglesa, mujer amabilísima, vegetariana, monárquica, fan de los Rolling, adicta al té y a la BBC,se preparaba -cuando yo me alojé en su viviendavictoriana- para hacer el Camino de Santiago. Nunca había visitado España así que acoger ensu casa a una española que trataba de mejorar su inglés -ésa era yo- le permitía pulir algunos detalles de intendencia con información de primera mano. Yo la aconsejé en lo esencial y hasta le enseñé a decir en castellano y entre risas una docena de frases del tipo "soy peregrina", "me he perdido", "necesito un médico"? pero me quedé muda cuando me preguntó si en mi país sería correcto llevar un vestido de tirantes al anochecer.

Para que pongan en contexto su interrogante y mi pasmo, les aclaro que esto sucedió entrado ya el siglo XXI y que tras las oportunas aclaraciones -pensé que se trataba de un error de comprensión- no me quedó otra que aceptar que aquella buena mujer realmente entendía que, dada nuestra condición de "país católico" y nuestras "arraigadas tradiciones", cabía la posibilidad de atentar contra la moral con una indumentaria tan atrevida, cosa que a ella horrorizaba.

Su alegría fue infinita cuando la puse al día de nuestra flexibilidad laica en general y en lo relativo al comportamiento social aunque se cariaconteció cuando la informé -no sin orgullo- de que en mi país era legal el matrimonio homosexual. Por un momento temí poner en peligro la marca España que acababa de empezar a construir en el imaginario de la británica. Se recompuso y me sonrió. Creo que pensó que los españoles nos habíamos pasado de rosca por el afán de dejar de ser carcas y yo ya no tuve suficiente vocabulario ni fuerzas para desmontarle este segundo mito. Si en ese momento le hubiera puesto un vídeo de Rodrigo Cuevas cantando con liguero y en madreñes "Soy de Verdiciu" en versión electrónica, la inglesa habría venido a España como viajarán en un futuro los astronautas a los exoplanetas que habrá que colonizar: fascinados, expectantes, con miedito y pensando que toda la vida lo conocido ha sido mejor que lo que está por conocer.

Estos días no he podido evitar recordar aquel episodio porque calculo que Hannah está en esa frontera vital en la que, según los datos que hemos sabido, pudo votar quedarse en Europa, como la mayoría de los menores de 50, o bien irse, como opinaron en tromba los mayores de esa edad. Les confieso que cualquiera de las dos cosas me encaja en aquella dulce mujer que prefería un mundo previsible aunque le divertía íntimamente dejarse sorprender.

Para los jóvenes británicos, han sido los carcas los culpables de su desdicha comunitaria. Lo curioso del asunto es que ellos, los jóvenes, en abundante mayoría, no fueron a votar y fiaron su futuro a los que sí lo hicieron.

No me atrevo a decir que lo carca es realmente no votar, quizás sería rizar demasiado el rizo argumental, pero sí opino que es carca protestar cuando no se estuvo para batallar las cosas. Acepto incluso que las personas se quejen hasta de los políticos que han votado porque ocurre que se les da la confianza una vez y luego se les aguanta mucho rato sin que a una le pregunten ya ni la hora. Lo que me crispa es escuchar protestar a quien se queda en casa, presume de hacer sus planes ajenos al universo votante, airea ufano su condición de ácrata o su vocación de apátrida -posturas ambas que me parecen todo lo bien que me parece la bendita diversidad de las gentes-, pero delega en otros poner orden en el caos común y después les critica por ignorantes.

No sé cómo decirles, esto hay que lucharlo. Al menos yo lo veo así y así lo cuento. Aquí hay que bajar a la arena, informarse, tratar de entender lo que ocurre, tener criterio, tomar postura, no insultar a quien piensa y hace distinto, exigir respeto por lo mismo. Hay que batallar por cambiar lo que no nos gusta -otros lo hicieron antes mientras también hubo quien sesteaba-, hay que disgustarse lo justo por los reveses, levantarse y seguir. Lo carca es pensar que a uno se lo darán hecho, a la medida de lo que le viene bien y le gusta, ignorando el resto. Y lo carca es enfurruñarse cuando todo parece perdido, echar la culpa a quien hizo, antes de preguntarse a uno mismo qué pudo hacer para evitarlo.

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