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Los estigmas de San Lorenzo

Reflexiones durante un paseo por el Muro, a la vista del manto canela de la playa principal

San Lorenzo, un día sí y otro también, muestra al paseante inquietantes desgarraduras en el que fue su inmaculado manto canela, que cantó arrobado, tras pasear el Muro con Piñole, el profesor de nuestro Instituto don Gerardo Diego; manto que hoy apenas es un recuerdo.

Las nuevas corrientes creadas con el novísimo Musel, -que va para inocente y "segurísimo" almacén de gases americanos-, levantada la nueva planta con succiones, cementos y millones, parece que descomponen la uniformidad y tersura del manto en mil ondulaciones y costurones que hacen charcos con el agua que la marea al bajar deja entre las arrugas dolientes.

Al arenal lo maquilla cada mañana un pelotón de operarios de Emulsa, la municipal de las limpiezas. Unos arrastran arena; otros retiran verdín; aquella cuadrilla con rastrillos, se encarga de recoger la carbonilla del "Castillo de Salas", que el carbón por toneladas, después de quinquenios sigue aún sumergido, porque los constructores del Musel entre chupar carbón y chupar arena, "chuparon la arena y nos dejaron el carbón". Detalle de agradecer, si sirviera para calentar las viviendas... Sumergido queda el carbón, como aquel Menéndez que después de quinquenios ahí sigue, vendiendo, cerrando y despidiendo, en palabra del honrado socialista y republicano Marcelo García, "flotando como un corcho", mientras la Caja que construyó y flotó el titánico don Calixto de Rato y Roces, como el resto de Asturias, se hunde al compás del "xiringüelu", que de algo hay que vivir mientras nos vamos muriendo...

A medio día, el arenal como las señoras de edad bien maquilladas, aparenta lozanía...; hay días que ni eso, que el arenal, a pesar de la cuadrilla es un surco por el que corren como ríos las lágrimas de nuestros dolores playeros.

Gigia, ¡pobre villa envejecida, que de mañana pasea san Lorenzo, sin más esperanza que llegar al Rinconín, o trepar a la Providencia, y que de tarde se conforma con llegar al Piles y dar la vuelta con el sol en la cara! (los días de favor).

Gigios y gigias sudan, sudan, sudan... Velarde busca y busca por aquí y por Somió subvenciones a su Granda, anda, anda; y Menéndez fortunas para apuntalar su banco libre de deudas...

Antaño, cuando Gigia vivía y ganaba el pan pescando al "debalu", o navegando los siete mares; liándola en la Fábrica de Tabaco; poniendo palos en el taller del herrero, o "carretando" en pipas con vacas el agua limpia de la fuente Veriña hasta las casas burguesas, Gigia soñaba con su grandeza. Vigilaba la capital, severa y triste de togas y manteos, que envidiaba nuestra alegría y libertad y la forma honrada que teníamos de producir riqueza con el comercio por tierra y mar.

Repetía el anciano viajero, Ángel Blanco y Jove Huergo, que fue republicano y alcalde, y padeció más de cincuenta días de cárcel en la torre infecta del partido que hoy es archivo, "cuando las campanas de San Tirso tocan a gloria, las de San Pedro, repican a muerto...". ¡Cuántas cosas murieron en Gijón para alegría de Oviedo!... Y otras, ¡Oh, señor! las matamos nosotros mismos, y bien que tocó San Tirso a gloria...

Repicando las campanas de San Pedro y las mareas rompiendo sobre sus muros. Campanas y mareas marcaron la vida de la Gigia incipiente, cuando Felipe Canga Argüelles, hijo del famoso hacendista, y médico y Gerente de Ferro-carril y director general de Impuestos, y siempre despierto hombre de negocios, comenzaba a multiplicar sus riquezas..., en beneficio propio y, por extensión, en el de la villa.

Cuando don Felipe murió en Madrid, en 1863, a los 56 años, el Alcalde de Gijón, José del Riego y Tineo, de la familia del General libertador, escribió a la condesa viuda, la virtuosa Dolores de Villalba, para expresarle el dolor de la villa que tanto debía al difunto y a su padre -la fábrica de Tabacos y el Ferro-carril de Langreo-, y le anunciaba que la villa tenía previsto levantar un panteón central con varios nichos en el cementerio que se estaba proyectando sobre la "Llosa de los Valientes", que debe ser depósito de las cenizas de personas cuya memoria se desee honrar por sus relevantes servicios a la villa; y terminaba el Alcalde, galante y cortés, ofreciendo a la viuda del antiguo diputado por nuestro Distrito un lugar para sus cenizas en el panteón honroso. Pero no se edificó y las cenizas de los buenos gijoneses, de nacimiento o de adopción, como el caso de don Felipe, no se han recogido... y siguen desperdigadas por tierras extrañas.

Sobre los Pericones y en la rasa de la Llosa, aún es tiempo de levantar la gran basílica central?, y de adecentar, de paso, los panteones que están pidiendo su salvación a gritos. Daríamos marco bien honorable a las cenizas de quien logre salvar para las edades futuras el extendido manto canela de San Lorenzo...

Y para quienes lo han destrozado "sin odio ni rencor, pero el recuerdo vivo", bastaría lanzar sus nombres escritos en pliego oficial, con don Pelayo, su espada y su cruz, a la "foguera de San Juan"... Y cenizas al viento de la noche más corta...

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