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Presidente de la Fundación Juan Muñiz Zapico

Un sueño que fue posible a partir de 1976

La realidad nos situó ante la imposibilidad de conseguir la unidad sindical

En el final de la dictadura, las Comisiones Obreras se desarrollaron con la intención de llegar algún día a la celebración de un congreso sindical constituyente que fuera el origen de un sindicato unitario, capaz de integrar al conjunto de los trabajadores, independientemente de su ideología o pensamiento.

El hecho de que durante la dictadura los sindicatos históricos tradicionales (UGT y CNT) hubieran prácticamente desaparecido y que la hegemonía de las Comisiones Obreras fuera indiscutible, nos hacía pensar que la idea de un sindicato unitario y plural, donde tuvieran cabida todos los trabajadores, era posible.

Ese deseo, ese sueño, comenzó a manifestarse como imposible en el año 1976. A pesar de los reiterados llamamientos a la unidad hechos por Comisiones, la UGT resurgía de sus cenizas y con el apoyo moral y material de los movimientos internacionales afines al socialismo y con el indirecto de los poderes económicos y políticos herederos del franquismo, temerosos de la hegemonía de CC OO, comenzaron a organizarse y afiliar a sus simpatizantes. La realidad nos situó ante la imposibilidad de conseguir la unidad sindical y ante el debate de si no debíamos nosotros mismos transformarnos en un sindicato.

El debate no era ni mucho menos sencillo: si lo hacíamos, ¿qué pasaría con los no afiliados?, ¿cómo los organizaríamos?, ¿qué participación les daríamos? Si nos trasformábamos en un sindicato, ¿qué tipo de sindicato seríamos?, ¿qué tipo de organización adoptaríamos? Aunque pudiera parecer evidente que ante la imposibilidad de conseguir la unidad sindical solo nos quedaba el camino de ser una organización sindical, nueva y diferente pero sindicato al fin y al cabo, a pesar de la terquedad de los hechos el debate dentro de Comisiones era muy vivo, existían diferentes posiciones que, en aquella época de "la pasión política", se defendían con ardor y contundencia verbal.

La decisión debía tomarse en una asamblea en Barcelona el día 11 de julio. La asamblea iba a ser aún clandestina, mientras que a la UGT se le había autorizado la celebración de su congreso por todo lo alto en un hotel de Madrid a CC OO se le había prohibido la reunión. Debíamos realizar debates previos en todas las zonas y culminar con una asamblea regional, en la que se aprobarían las correspondientes resoluciones y se elegirían los representantes de Asturias.

La asamblea asturiana la realizamos el día 2 de julio en la iglesia de Roces, en Gijón. Todo estaba organizado con la cautela que exigía la clandestinidad, pero algo falló: no habíamos caído en la cuenta de que en Roces, además de la iglesia parroquial, había una capilla regentada por un cura que nada tenía que ver con el "cómplice" párroco. Algunas delegaciones se perdieron y terminaron llamando a la puerta de dicha capilla, lo que llevó al "mosqueo" del cura, que acabó llamando a la policía.

Ajenos a esta situación celebramos los debates hasta que, justo en el momento en que procedíamos a la elección de los delegados, el cura que nos había facilitado el local apareció en la puerta para indicarnos que la iglesia estaba rodeada por la policía. Una ojeada al exterior nos convenció totalmente: estábamos cercados por la policía. Comenzaron las negociaciones y gracias a la intervención del arzobispo de Oviedo, Díaz Merchán (siempre me pregunté qué hubiera ocurrido de tratarse de un obispo que no fuera Don Gabino...) ante el Gobernador Civil se consiguió que, a cambio de nuestro desalojo pacífico y voluntario, no hubiera ninguna detención.

Así acabó la asamblea de Roces: con los participantes abandonando la iglesia a través de un pasillo formado por policías armados con metralletas. El día 11 de julio de hace 40 años se celebro la asamblea de Barcelona, en la que decidimos transformarnos en lo que hoy es la Confederación Sindical de Comisiones Obreras. Pero esto ya es parte de una historia más conocida.

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