La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Alejandro Ortea

Varadero de Fomento

Alejandro Ortea

Enrique el de La Posada

Un hostelero tranquilo que fue santo y seña de un mesón emblemático de Gijón

Uno de estos días atrás hemos dicho adiós a Enrique el de la Posada. El hostelero Enrique García Menéndez se nos fue con setenta y dos años y habiendo disfrutado poco su jubilación. Durante cuatro años y medio, todos los días de lunes a viernes, y muchas veces los domingos, la Posada del Mar, frente a la Escalerona, era mi casa. He de decir que ese tiempo, en el que trabajaba en la radio, justo encima del mesón, fueron, ahora que se ven las cosas con perspectiva, de los más felices de mi vida, a pesar de algún que otro disgusto, o susto, personal. Uno de los motivos que colaboraban a tal bienestar era la seguridad de la buscada rutina de la hora de la comida en la Posada, y de la amabilidad de la familia propietaria, incluida la del hijo Kikín, único hijo, hoy Kike sin diminutivo y actual regente del negocio, digno sucesor de su padre.

Todos los días, a las dos y media de la tarde, bajaba a la Posada, en donde mi mesa ya estaba preparada, cerca del ventanal y junto a la que ocupaban otros comensales habituales: don Fermín García Bernardo y familia. Por el invierno, éramos casi los únicos. En verano, había ocasiones en que la mesa reservada estaba un poco más retirada, porque los visitantes lo llenaban todo y, con calor o sin él, se animaban a probar la fabada que, humeante, salía de la cocina, preparada Teresa, su esposa.

De Enrique el de la Posada nos queda su amabilidad, la tranquilidad que transmitía, nunca una palabra más alta que otra ni hablar en público mal de nadie. Auténtica profesionalidad que, ahora, en tantos establecimientos echamos tanto de menos. Se fue Kike el de la Posada y nos dejó una sensación de los años que se fueron, vividos con intensidad y con una pausa rápida de respiro cuando de los estudios radiofónicos bajábamos hasta su casa. A veces, también, para trasegar rapidito un café con algún compañero de la radio, mesas aptas algunas mañanas o tardes para los desahogos o las confidencias. Y llegado aquí, el recuerdo de otro compañero y amigo que se nos fue: Paco Seijo, con quien alguno de esos momentos de hablar bajito compatí.

Hay un tiempo en el que te acostumbras a un lugar que se convierte en tan familiar que acabas teniendo como tuyo. Esto pasa muy habitualmente con bares, cafés, restaurantes. Así me ocurrió con La Posada durante un tiempo y entrar por su puerta era como traspasar la de la propia casa. Hasta ciertos lugares tienes como tuyos, aunque bien sepas que estás en un lugar público y que cualquier otro parroquiano puede ocupar "tu mesa" si llega primero, salvo que la reserves con anticipación, claro. Así, en variadas ocasiones, tengo llamado por teléfono a la Posada para asegurarme la mesa del ventanal para la comida del mediodía.

Por las tardes, al fondo, se organizaban partidas de cartas, en un rincón que se quedaba fuera de la vista del exterior, pero que os habituales sabíamos que se formaban, por lo que el café de la tarde tenía un pequeño bullicio de fondo diferente al del resto del día.

Enrique García, el de La Posada, se nos fue pronto y con él, en lo particular, se cierra una parte de lo que fue durante un tiempo la vida de todos los días. Estamos a cada minuto cerrando una etapa y abriendo otra, así son las cosas. Pero hay ocasiones en que un aldabonazo, aunque sea con lustros de retraso, te hace consciente del fin de alguna de esas etapas. Así en esta ocasión.

Desde hace unos años, Kike, el hijo, le ha dado un aire renovado a la Posada, como corresponde para no perder la comba de los tiempos que corren. Ahora, sigo el devenir del restaurante por el Facebook y alguna esporádica visita, no tantas como se merece un lugar que tan buenas horas nos dio y en donde tan bien nos tratan. En fin, nuestro pésame a la familia de Enrique García y nuestro adiós emocionado.

Compartir el artículo

stats