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Entre don Pelayo y Jovino

Se cumplen 125 años de la instalación de un monumento en honor del monarca astur

Este año se cumple no solo el CXXV anviersario de la estatua de Jovellanos, sino también de la Estatua de Pelayo, inaugurada el día 5 de agosto de 1891, un día antes de la de Jovino. Sabido es que la idea de levantar un monumento al héroe de la Reconquista la tuvo Ruperto Velasco Heredia, ingeniero industrial y gerente de la Azucarera de Veriña quien, en su condición de concejal presidente de la Comisión de Festejos, propuso en el ayuntamiento de fecha 2 de junio de 1890 su colocación en la plazuela del Infante o de Don Pelayo, en el lugar donde se había levantado el Arco del Infante o Puerta de la Villa. La real imagen de 2,80 metros de altura se termió de modelar el 28 de marzo de 1891 por el escultor José María López Rodríguez, natural de Ribadeo, que también modeló los leones y conchas de la fuente, cobrando por todo 1.650 pesetas y renunciando a la propina que el Ayuntamiento le ofreció al ver el buen resultado de su trabajo. Las cuatro toneladas de bronce procedente de viejos cañones que llegaronal puerto con destino a la fábrica de Trubia fueron donadas por el Gobierno (Real Decreto de 12 de noviembre de 1890), resultando muy dificultosa la operación de trocearlos con la dinamita que facilió la Junta de Obras del Puerto. La delicada obra de fundición fue realizada en la fábrica de Moreda y Gijón por el maestro Carlos García Nosti el 12 de julio de 1891, un domingo para evitar la presencia de curiosos que dificultase la realización de los trabajos. El 30 de julio fue colocada en en un pedestal que se había construido ya en 1858 con el fin de servir a una estatua de Pelayo que ya entonces se venía pensando en levantar, pero que acabó instalándose algún tiempo después bajo la dirección de Cándido González en la entonces plaza de la Pescadería. Y al día siguiente se fundieron las cuatro inscripciones.

Como es natural las diferencias entre una y otra estatua fue la comidilla de los visitantes. Llamaba la atención que la imagen de un rey coronase una fuente. El corresponsal de "El Heraldo", José Jackson Veyán, que vino a Gijón a cubrir el reportaje de aquellas fiestas veraniegas, publicó en el "Madrid Cómico" días después una interviú con el mismísimo Rex Pelagius en que éste le hacía ver sus quejas:

"_¿Con este puesto de honor / no te hicieron gran favor? / _¡No! La fama irreverente / al subirme en una fuente / me transformó en aguador.".

Claro que Jackson pudo haber contentado al rey diciéndole que no reyes, sino dioses coronados en la Corte coronaban fuentes; pero el enfado de S. M. iba también por otro lado. Se quejaba don Pelayo -según el corresponsal- de que tratasen mejor a un magistrado que a un rey.

Y es verdad, pensamos nosotros, que se tuvo más consideración con Jovino que con Don Pelayo. Por ejemplo, Jovellanos acabó arrebatando al rey su plazuela, la del Infante, que desde entonces se llama el Seis de Agosto, fecha de la inauguración de la estatua joviniana, teniendo el Infante don Pelayo que ir a sentar sus reales a una plaza, y no plazuela es verdad, pero de un marqués, que no por eso se llamó del Cinco de Agosto. Hubo más flores al padre de la patria que al de su restauración, empezando por la ofrecida por la Reina Regente, doña María Cristina, que compensó su ausencia, muy criticada por cierto, con una esplendida corona toda ella de metal, con hojas de laurel, roble y acebo, símbolos respectivamente de la inmortalidad, del talento y de la gloria perpetua, y adornada con lindas rosas té de porcelana de la que pendían tres anchísimas cintas de seda de colores nacionales con la inscripción en letras doradas a fuego: "de S. M. la Reina Regente -6 de Agosto de 1891. Un magnífico trabajo de la casa G. Kahu. A ella siguieron más de cuarenta de distintas instituciones, corporaciones, representaciones y particulares. En cambio, Don Pelayo solo tuvo dos, la del ayuntamiento gijonés y la de Vizcaya. Y no es que se hubiera deseado más la estatua del jurisconsulto que la del legislador, al contrario. Gijón venía clamando por una estatua a Jovino tan solo desde la famosa ley de 4 de julio de1865, que mandaba levantar una estatua a Jovellanos en Gijón; en cambio, hacía dos siglos, desde 1782, que venía Gijón echando de menos una estatua a don Pelayo, empresa propuesta por el propio Jovellanos.

En lo que sobresalía la estatua-fuente era en inscripciones. Nada menos que cuatro ocupan abundante y generosamente los vanos del pedestal; nada menos que en dícticos latinos, estrofas que cultivaron Ovidio, Catulo, Tibulo o Propercio, debidos al sacerdote y catedrático del Instituto de Oviedo, Manuel Rodríguez Losada. El primero en ofrecerse había sido el sacristán de San Pedro, don Genaro Ávlarez, y el encargado parroquial, don Cipriano Fenández Robledo, a ayudarle. Consultado don Marcelino Menéndez Pelayo, notó algunas incorrecciones en el texto y recomendó al catedrático de Oviedo, persona de su mayor admiración a quien veía "desvalido de toda protección oficial, y tibiamente recompensado por el común aplauso que rara vez va en pos de méritos sólidos cuando quien los posee carece de la habilidad mundana necesaria para hacerlos valer". Era pues un "modesto humanista", "un espíritu científico, que luchando con la universal apatía, con la penuria de elementos de trabajo -dirá el insigne don Marcelino-, presta culto desinteresado a los buenos estudios, los cuales por sí solos tienen encanto bastante para hacer olvidar a quien de buena fe los cultiva, todas las injusticias y miserias humanas". En cambio, la Real Academia Española de la Lengua, nombrada para redactar la inscripción de la estatua de Jovellanos no encontró otra cosa que poner que el nombre "Jovellanos", y detrás la fecha de la inauguración.

He de decir que fue Rafael Loredo Coste la primera persona a quien, hace ya más de veinte años años, oí decir que debían de ponerse las traducciones de las inscripciones latinas en una especie de carteletas apoyadas en los frentes de la taza de la fuente. Pero tal y como se ven hoy, gracias a la feliz idea de Guillermo Prendes Quirós, el monumento ha ganado en amplitud y monumentalidad. Y también se han mejorado las traducciones, gracias a otro gran humanista, el profesor José Luis Villar, porque las que figuran en las actas de ayuntamiento, redactadas por el propio Rodríguez Losada, tienen un lenguaje decimonónico, y había que actualizarlas. Además, resultaban en algún que otro punto tan literales que perdían sentido. Y así, 125 años después, no solo sigue hablando el Rey Pelayo a cuantos visitan Gijón o contemplan su efigie, sino también estos le entienden. Otra cosa es que estén dispuestos a seguir su consejo: ceñirse las armas que muestra en su mano diestra, la enseña de Cristo: His armis cinctus carpe, viator, iter.

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