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Alejandro Ortea

En camiseta

Representantes públicos que comparecen a medio vestir en órganos institucionales

Las camisetas con alegres estampaciones, como las bicicletas de aquella formidable obra de Fernando Fernán Gómez, son para el verano. Pero no parece que sean muy propias para ser lucidas en el Congreso, en donde algunas de sus señorías modernas lo encuentran adecuadísimo. En lugar de que su mensaje quede patente, lo que dejan claro es su mal gusto y su pizca de falta de respeto, poniendo un toque lumpen en el recinto que es la expresión mayor de la representación popular. Cierto es que algunos ocupantes, de entre los más airados, ya lucieron camisetas con mensaje en ciertas ocasiones en la tribuna de invitados, pero no estábamos acostumbrados, hasta el pasado enero, cuando se inauguró la breve legislatura anterior, a estas expresiones de falta de respeto o mal gusto que, aunque son sensaciones obviamente subjetivas, quedan dentro del terreno de la legalidad. Ya alguna que otra formación política, esporádicamente en algún pleno, lució camiseta con mensaje, pero bajo su ropaje habitual, como de tapadillo, o sacó algún cartelito, lo cual hacía a aquellos próceres más bien representantes de la impotencia de su minoría numérica que otra cosa. Y así también los actuales lucimientos camisetiles: no llegamos a un número suficiente de diputados para gobernar, ni tan siquiera somos líderes de la oposición, pero aquí queda el mensaje en nuestra camiseta. Estas patéticas comparecencias son más bien la expresión de un ridículo que una reivindicación.

Aquí en nuestro pueblo, y en la provincia, hay representantes que comparecen en camiseta, con o sin mensaje, en las sesiones plenarias de los órganos representativos, ya sean ayuntamientos o parlamento regional, proporcionando igual sensación desagradable y de ataque al respeto que merece el órgano representativo correspondiente que los diputados o senadores.

Quizás en un futuro, la costumbre, que a fin de cuentas es la que termina por marcar etiquetas, protocolos y comportamientos, haga normal las camisetas en parlamentos y plenos municipales. De momento son simplemente la expresión, más que de una reivindicación, de un desaliño desagradable. Tampoco es que se exija a nadie que vaya ataviado como caballero o dama dieciochesco, sino más bien con una menor dejadez en el atuendo. Al fin y al cabo, al comparecer en camiseta, se está lanzando un mensaje a la sociedad. Habrá quien se quede tan tranquilo, pero habrá una parte de la ciudadanía que sienta un cierto desasosiego al constatar el poco respeto que algunos representantes públicos sienten por ellos.

Porque, independientemente de quienes sean sus votantes, una vez aceptado el cargo, se convierten en representantes de todos, lo cual indica que les importa un rábano el resto, salvo aquellos que han votado por ellos. Y eso son otros lópeces: además de una falta de respeto indica un cierto aire totalitario, el de quien no siente ningún respeto por la opinión de los demás y de ahí a otros pensamientos más siniestros sobre sus intenciones acerca de la organización de la convivencia.

Lejos de ser una cuestión baladí, o de moda indumentaria, la comparecencia hoy por hoy en camiseta de un representante público en una sesión de órgano representativo dice algo acerca de sus intenciones y lo que se adivina es ciertamente intranquilizador: imposición de unas determinadas costumbres diferentes de las naturales aceptadas por una mayoría social: ya se vio en otros momentos históricos. Alguna famosa revolución puso de moda a los "sans-culottes" y terminó por imponerse el pantalón largo, pero aquel momento fue una forma de indicar otras cosas. Hoy, las camisetas, es de temer que indiquen lo contrario a lo que pretendían expresar aquellos "sans-culottes" franceses revolucionarios, en lugar de una apertura democrática, un cierre a la libertad ciudadana, una vuelta a valores que acercan más a un totalitarismo más cercano al tipo soviético. De momento, estamos ante un temor de futuro y una actual sensación desagradable.

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