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El universo impune

Riesgos pendientes de afrontar en internet, desde la pederastia al fenómeno youtuber

Los peligros del mundo dejan de manejarse como conceptos y empiezan a ser realidades cuando se materializan a nuestro lado, pongamos por ejemplo, en los vestuarios del Grupo de Cultura Covadonga y comprendemos con horror que "persona o personas desconocidas" -como reza la literatura policial- pueden estar disponiendo de imágenes en las que aparecemos nosotros o nuestros hijos e hijas sin que la acción judicial pueda alcanzar cada uno de los discos duros domésticos a los que llega la capilaridad de la aborrecible pedofilia, a la velocidad que le permite la tecnología.

Los delincuentes han sido identificados, se ha separado la fruta podrida del resto pero la dimensión del daño infligido escapa a nuestro conocimiento y control, y por dentro nos resquema la pérdida de la inocencia. No hay oasis posible. Puede que nuestras calles estén estos días felizmente abarrotadas -así nos lo indican los datos de ocupación hotelera- por turistas que nos han elegido como el lugar apacible donde reparar con ocio las abolladuras de la vida cotidiana, pero mira lo que nos ha ocurrido, en el corazón mismo de nuestro orgullo de ciudad.

Es de una candidez inaudita pensar que lo terrible de la vida queda de puertas afuera pero quizás sea nuestro instinto de supervivencia el que nos lo hace creer así para que no nos quedemos paralizados por el miedo y por el miedo al miedo, multiplicados por cada uno de los riesgos que figuran en el catálogo actual. Es interesante el concepto de la puerta porque podríamos blindarla y vigilarla pero es nuestra wifi la que hace de espléndida y gigantesca puerta giratoriavirtual desde y hacia el mundo infinito.

Nosotros mismos estamos expuestos, por supuesto, pero particularmente la generación digital, la de nuestros hijos, los arrogantes "millennials", que tienen en favoritos el canal JuanGerman con vídeos de partidas autocomentadas de videojuegos, aunque nosotros preferiríamos que leyeran a Juan Gelman así fuera por error o, para comodidad extrema, que se lo dieran leído y captado el sufrimiento infinito de orfandad de hijo y nieta? pero no, saben en tiempo real del último vídeo del youtuber, sufren con sus devenires virtuales, pero viven a años luz del poeta con tragedia de carne y hueso, cuyo nombre está en el lomo de un libro en el salón de casa, relegado a la función de atrezo.

No sólo siguen a los "influencers" que les dictan gustos y pensares sino que aspiran a serlo. Entre la oferta editorial veraniega se haya el libro -sí, en papel, inteligentemente se ha enfocado a los no millennials- titulado "Mamá, quiero ser youtuber" de Héctor Turiel y Cristina Bonaga, vinculados a Rubén Doblas, conocido como elrubius, el youtuber más seguido en España. Trata de ser un manual para introducirse con tiento en el mundo de la sobreexposición en red a través de vídeos en los que, abordando asuntos de objetivo interés o -mucho más habitual- diciendo todo el rato tonterías, se pueden conseguir hordas de seguidores o "fandom", u odiadores o "haters".

Me tranquiliza comprobar que entre los diez youtubers en el top de la lista Forbes -sí, hay una lista específica para el negocio generado por este fenómeno- hay moda, cocina, humor blanco, parodia televisiva y hasta música clásica -esto último tiene mérito- aunque lo que manda es el videojuego y la broma pesada, o sea, la risa a costa de terceros.

Pero los grandes riesgos del universo youtuber están por debajo de esos diez multimillonarios que ya se gestionan como marca propia con contratos publicitarios y patrocinios exclusivos. Cualquiera -niño, adolescente o adulto- puede ser youtuber y volcar sus acciones o pensamientos en vídeos que comienzan a tener visualizaciones. Cómo gestionar el incipiente éxito, ser prudente en lo que se deja dicho -quedará para siempre-, afrontar los ataques verbales violentos, eludir a quienes acechan con intenciones delictivas?

Curiosamente hasta ahora han sido noticia las marcas que han castigado con la retirada de su patrocinio los excesos de algunos youtubers, pero mañana será, por ejemplo, la confianza de una empresa potencialmente contratadora para un joven que aspira a entrar en el mercado de trabajo y ha dejado dichas o hechas un par de tonterías.

El otro día, en la playa, reconocí un ejemplar del "Mamá, quiero ser youtuber" en la toalla vecina. Observé con curiosidad a la lectora y a sus dos retoños, absorbidos entre baño y baño por las pantallas de sus dispositivos móviles mientras la progenitora, analógica, navegaba por el papel. Me inspiró ternura. Allí se fraguaba un combate, de esos en los que las madres acabamos cediendo pero estableciendo normas y nos sentimos por dentro como atadas al mástil de una nave que hace aguas en medio de una tormenta perfecta.

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