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Mis manías

La felicidad de comprar en los mercadillos y una lista de personas a las que no puedo soportar

Soy un poco maniática o mejor dicho tengo algunas pequeñas manías. Por ejemplo, leo todos los carteles que están pegados en los cristales de las tiendas y si me dejé alguno, vuelvo y lo leo. Leer el periódico es un martirio porque tengo que leerlo todo, hasta los anuncios; a veces no lo leo para no gastar tanto tiempo.

Cuando recorro los mercadillos, tengo que ver todos los puestos por si me pierdo algo interesante, así que me paso horas mirando cosas que no me interesan nada.

Este verano he sido feliz con tanto rastrillo, me he convertido en reina del mercado. Acabo de comprar cuando ya no me caben más bolsas en las manos o he acabado el dinero; suelo ir con un dinero determinado para no gastar más y me lo gasto todo. Vuelvo feliz a casa cargada de pendientes, collares, y me faltan días para ponerlos todos. Con bolsos, algún que otro blusón. Cuando llegan mis amigas felices con un bolso de Prada o una Pamela de Gucci que les costó un riñón, a mí no me parece ningún mérito porque gastando ese dineral, ya se sabe que tiene que ser precioso y de calidad. El mérito es el mío que aparezco con un bolso, alabado por todas, en general, y me ha costado 20 euros. O luzco un blusón precioso que me favorece, disimula mis redondeces y me ha costado otros 20 euros.

Porque es más difícil comprar para alguien pasada de peso y con bajo presupuesto que para las delgadas y esbeltas. Por eso me siento orgullosa de mi misma, llevar cosas bonitas es un placer, si te favorecen, mejor, y si no, mientras los demás admiran tu gusto en el vestir no te miran a ti, observando que estás hecha un botijo.

Ya desde pequeña he sido más aficionada a comprar muchas cosas a bajo precio que una magnífica y cara. No sé si será porque nunca tuve un gran poder adquisitivo pero yo creo que es más un rasgo personal. Otra cosa que me caracteriza es que no regateo muy bien, entre otras cosas mi marido me enseñó a dejar de regatear cuando llego a un precio que me compense. No se trata de dejar al pobre vendedor a dos velas, así ganamos los dos.

Otra manía: no puedo soportar a las personas ordinarias, vulgares y maledicentes que utilizan dos palabrotas de cada tres. Tampoco soporto a esos ricachones, a veces de buenas familias, a veces no, que son displicentes, que no te miran si no eres joven y guapa, sin molestarse en escucharte y descubrir lo que hay en tu interior, que usan a las mujeres como objetos, como si ellos fueran superiores por tener dinero y posesiones.

No soporto a los correveidile que hacen un daño terrible. Los que venden su alma al diablo por tres euros. A los políticos que utilizan la política para su provecho. Ya sé, me vais a decir casi todos. A los que se les sube el poder a la cabeza. Un partido en el que yo tenía puesta mi confianza está dando mucha lata, sometiendo a la fuerza más votada a miles de reuniones y exigencias. A los que ceden mal y no saben negociar, al guapito que cree que es alguien y le sale un no de la boca sin parar; no me explico que los barones de su partido no le hagan entrar en vereda. A los que están fuera de la ley todo el tiempo y que dicen no ser españoles. No me explico por qué la fuerza de la ley no cae sobre ellos con todo su poder. Quizás porque somos un país de timoratos, siempre con miedo a los mentecatos que exigen lo que no se les puede dar. Ya es hora de enfrentarse a ellos, vamos "arrimarse los machos y actuar"

Bueno, yo me voy al Hípico, último eslabón del veraneo gijonés. Siempre me encantó, desde pequeña, apostar un poquitín, perder casi todo, comer un buen helado y reencontrarme con viejos amigos.

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