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El terrible dolor de la impotencia

La labor de Carmen Bascarán por los desfavorecidos y la necesidad de ser solidarios

La semana pasada leí la estupenda entrevista que Eduardo García le hizo a Carmen Bascarán y me recordó muchas cosas y me reafirmó en muchas de mis creencias. Carmina fue compañera mía de colegio y medio pariente. No volví a verla más desde que dejamos la escuela pero siempre estuve al tanto de sus aventuras. Debo reconocer que me parecía, a veces, demasiado revolucionaria y rompedora. El dejar los estudios, casarse tan joven y separarse después de haber tenido cuatro hijos y ya cuando marchó a Brasil a colaborar con su hermano Carlos y los misioneros combonianos me pareció un poco loca pero muy valiente, me asustaba un poco pero a la vez la admiraba. Con este artículo rellené lagunas y me alegré de lo que ella y sus compañeros consiguieron hacer en Säo Luis, una de las zonas más pobres del Brasil. Acabar con los hacendados y los dueños de las carboneras que amasaban fortunas a costa del trabajo de esclavos fue toda una hazaña. Ahora sabemos que el centro de Derechos Humanos que crearon sigue funcionando y nos necesitan. También sabemos que lo que demos les llegará.

Uno de los problemas que tenemos los que queremos ayudar a gente que lo necesita y compartir con ellos, es que nunca sabemos si es que les va a llegar lo que mandamos. Conocemos a los que mandan en los países africanos, por poner un ejemplo, cuyo interés es enriquecerse, al margen de su pueblo, unas veces son los mismos dirigentes, otros parientes o bandas de asesinos que se quedan con la ayuda humanitaria y no llega a sus destinatarios. Se tropieza una vez y diez más con esta gentuza de la que el mundo está lleno. También tropezamos con las grandes potencias que con una mano parece que ayudan y con la otra se ponen de acuerdo con los dirigentes para repartirse la riqueza que acabe de descubrirse allí. Llámese piedras preciosas, minerales esenciales, lo que sea. Hay que obligar a los principales partidos de esas potencias a comprometerse a compartir con esos países y si no se comprometen o no cumplen, no se les vota y se les denuncia sin parar.

Yo le doy muchas vueltas a la cabeza, intentando encontrar soluciones para repartir la riqueza de una manera más equitativa, pero es muy difícil porque los humanos somos tan imperfectos: unos son malvados y el prójimo les importa un pepino, otros callan y otorgan. De todos modos, la raíz de los problemas son los gobiernos que presumen en hacerlo todo para el pueblo y sobrepasan todos los límites.

Pocas cosas pueden arreglarse con dinero, porque te llegan peticiones todos los días. Tú contribuyes con lo que puedes y luego te sientes mal porque cuesta comer y disfrutar viendo un niño desnutrido o enfermo en la televisión.

Como siempre, una buena educación a los jóvenes es básica para que entiendan que tenemos la obligación de participar en ayudar a los necesitados e incluso dedicar parte de nuestro tiempo a ello. Enseñarles que tienen que respetar las diferencias, que nadie es mejor ni peor, que cada cual tiene algún valor, que en la vida no hay que competir contra los demás, sólo contra uno mismo. Así se reducirían las envidias porque no vas a tener envidia de ti mismo.

En muchos países existe la costumbre de que al terminar la educación secundaria los chicos dedican un año sabático a viajar por el mundo. Sería estupendo que cada uno fuera a un lugar de la tierra como son las zonas de favelas en Brasil, o zonas pobres de cualquier país y vivieran la realidad in situ. Así aprenderían que no se puede vivir alegremente dando la espalda a la realidad. Con el tiempo esos jóvenes se convertirán en profesionales que llevarán las riendas de sus respectivos países y podrían tomar las decisiones adecuadas.

Yo seguiré intentando ayudar con la palabra, concienciando a la gente, trabajando con y desde la familia, con los amigos y con mis lectores. Estoy abierta a vuestras sugerencias. Mientras tanto disfrutad porque la vida no tiene por qué ser un valle de lágrimas para todos.

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