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Muchos jefes, pocos indios

Riesgos y certezas en la anunciada transformación de la estructura municipal gijonesa

El equipo de gobierno gijonés acaba de hacer pública su propuesta de nueva estructura municipal para que la gestión del ayuntamiento sea más eficiente ante el ciudadano al tiempo que más feliz el día a día de cada uno de sus trabajadores. Con idéntica plantilla, salarios y servicios finales prestados a la ciudad, lo que se acomete es una reorganización que simplifica niveles de jefaturas y reagrupa al personal. Es decir, las personas son las mismas aunque colocadas de otra forma, confiando en que así la suma de sus esfuerzos arroje un resultado mejor.

Este nuevo diseño municipal es la propuesta que acaba de hacer la firma Consultores de Gestión Pública, desde una mirada externa y se entiende que objetiva, a la vista de un estudio previo que -recordarán ustedes- desnudó los males municipales con tal crudeza y frialdad que entraban ganas de ir a dar el pésame a aquellas gentes sufrientes de la que se cursaba una instancia o se renovaba la tarjeta ciudadana.

Nuestra plantilla local trabaja inmersa en un pésimo clima laboral -concluía el estudio-, perdida en una maraña de jefaturas y autojefaturas -hay mucho directivo que sólo lo es de sí mismo- consciente de que un ascenso no premia el mérito sino que es una salida de compromiso para gratificar a discreción. Éstas y otras lindezas contaban los expertos acerca de las condiciones de nuestros trabajadores públicos y del propio engranaje municipal. Así no hay quien labore feliz, venían a decir, y, sí, el servicio acaba saliendo adelante pero no en línea recta sino después de procelosas burocracias en su mayoría analógicas, lo cual tiene delito extra en una ciudad que presume de estar en red.

Yo ya sostuve entonces que estos expertos en gestión pública tienen que haber encontrado las mismas miserias en todas partes y seguro que recuerdan con emoción aquel día que auditaron una administración aceptablemente ágil y feliz. No creo que Gijón les haya sorprendido. Y no lo digo por aliviar nuestra responsabilidad como ciudad, sino por dar contexto a la valiente tarea a la que se enfrentan ahora, la de proponer una solución que ha de ser como el milagro de Caná: donde antes había agua, ahora brotará vino como para una boda.

Al mismo tiempo, alabo el arrojo del equipo de gobierno al abrir las puertas de la casa municipal para que le revisen los armarios. También es verdad que esto se hace con mayor desprendimiento cuando se llega de nuevo y la responsabilidad del desaguisado acumulado durante lustros se va a adjudicar a otros. Sin embargo, ya no podrá eludir el compromiso presente del cambio futuro. Porque esto se hace para mejorar. Es la hora de las decisiones.

Y así llegamos al presente, a la reorganización que acaba de darse a conocer como solución posible a todas las lacras anteriores. Observo el diagrama de flujos que representa la nueva configuración municipal -ordenada, simplificada y transparente- y me pregunto si lo que el papel resiste no lo torcerán tantas dinámicas colectivas y personales enquistadas, si el arrancar galones de las pecheras -que no los pluses consolidados en los salarios- como acción troncal de la transformación, surtirá un efecto inmediato o acabará en el purgatorio de los miedos, los intereses creados y el clima tóxico.

Es verdad que la propuesta contiene más letra pequeña y que se habla de la renovación gradual de una porción notable la plantilla municipal conforme se vayan produciendo jubilaciones, ya que la media de edad es alta. Pero renovar equipos tampoco es suficiente si no se hace lo mismo con los procesos. Así que quiero pensar que estos se van a analizar de forma exhaustiva para proponer otros, lógicos y eficientes. De poco sirve modificar organigramas cambiando personas de sitio, si detrás no hay una nueva arquitectura de procedimientos.

Pero ya no queda otra. Porque tiene razón el equipo local de gobierno, algo hay que hacer después de poner negro sobre blanco lo que era una sospecha fundada: en nuestro ayuntamiento hay muchos jefes y pocos indios, y encima, todos tristes.

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