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Crítica / Cine

En busca del tiempo perdido

El ciclo VOS en Gijón-Sur comienza con "Everybody wants some!!", de Richard Linklater

¿Han tenido alguna vez la sensación de vivir pequeños periodos de tiempo, días u horas incluso, que representan a pequeña escala el mapa de la totalidad de nuestra existencia? ¿Han sido conscientes de esas metonimias vitales, aparentemente triviales, a las que nuestra memoria vuelve, una y otra vez, como una mosca atraída por la luz del recuerdo? Algo así es el cine de Richard Linklater, un autor que, en sus trabajos más conocidos, ha tratado de plasmar el paso de las eras a través de momentos encapsulados, de horas contadas como décadas, de segundos que se sienten como años. Basta ver su famosa trilogía Antes de? para ser testigos de ello, observando las tres edades (conocimiento, plenitud y declive) de una pareja cualquiera en el ínfimo espacio de unas pocas horas compartidas.

Ese afán de representación, puramente cinematográfico, es de nuevo el motor que da vida a "Everybody Wants Some!!", la última obra que ha creado, hasta el momento, el director tejano. Una mirada a los tres días previos al comienzo de las clases en una Universidad estadounidense, por parte de un joven novato que ingresa en el equipo de beisbol de dicha facultad. Quizás el mayor mérito de Linklater en ella sea su capacidad de mantener su discurso sobre el paso del tiempo en una película que, formalmente, adopta el modelo del género de "comedia universitaria". Crear algo similar una versión moderna de "Desmadre a la americana" ("Animal House", John Landis 1978), "La revancha de los novatos" ("Revenge of the Nerds", Jeff Kanew 1984) o "Los albóndigas en remojo" ("Up the creek", Robert Butler 1984) bajo la que subyace, tras muchas capas de disfraz cómico, la sensación de Angst adolescente originada por la obligatoriedad de tomar unas decisiones que marcarán, de una manera u otra, el resto de de su vida y por la necesidad de definirse socialmente, sexualmente etc. Ésa es exactamente la intención autoral de Linklater con su film.

Haciendo una sinécdoque de esa otra gran sinécdoque que es la propia película, tomaremos la escena en la que uno de los personajes (no diremos cuál para no desvelar nada al espectador potencial) es expulsado del equipo y de la Universidad por haber mentido sobre su edad en la ficha de inscripción: en realidad tiene 30 años y pretende seguir jugando con estos chicos de 18. Nunca oiremos de primera mano los porqués de dicho comportamiento, pero es evidente, dado el contexto de la cinta, la necesidad por parte de este sujeto de seguir perteneciendo a ese limbo identitario, a ese retrato borroso al que llamamos adolescencia. Un momento alejado de las obligaciones adultas en las que uno aún puede refugiarse, sin consecuencias evidentes al menos, en el néctar de las barricas de bourbon o el humo dulzón del Cannabis Sativa.

Este peterpanismo es, en cierto sentido, el mismo que afecta a Linklater, un enfermo de buscar las claves de una época perdida, de aquellos momentos que se fueron para siempre y que vuelven, transformados por la pátina del tiempo, con el sabor agridulce de una magdalena proustiana.

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