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Crítica / Cine

Islandia, Europa, Mundo

La ganadora de la "Concha de Oro" del Festival de San Sebastián llega a Gijón Sur

Tal vez la primera expresión en la que piensen, si les hablo de cine islandés, es "exotismo", la ya de por sí escasa producción del país isleño se vuelve aún más nimia cuando confronta con la triste realidad de la distribución en nuestro país, dominada casi totalmente por el avasallador dominio del Imperio de Hollywood. ¿Corresponde pues Sparrows con esa presunta imagen de exotismo que quizás, usted, espectador se haya creado? A nosotros nos parece que no. Cualquier espectador europeo podrá verse reflejado en esta historia que refleja el conflicto del adolescente de ciudad que intenta contactar con sus raíces rurales, la pugna entre el iPhone y el arado, entre WhatsApp y el viejo pescador de bacalao.

Rúnar Runarsson plasma esta pugna con un aliento de inspiración íntima, encuadrada formalmente en un concierto de primeros planos. Una disputa que es la misma que políticamente se sostiene a nivel continental entre los conservadores de las esencias tradicionales y los partidarios de la vía modernizadora, ésa que observa el mundo como un espacio global, como un todo sin fronteras. La primera toma el cuerpo del padre de nuestro protagonista, antiguo pescador incapaz de superar su divorcio, la segunda la de la madre, colaboradora en programas de ayuda a países del Tercer Mundo. La marcha de ésta y la necesaria vuelta del hijo de ambos al hogar paterno será el detonante de la crisis de personalidad del joven, desgarrado entre las fuerzas bipolares de ambos progenitores.

Quizás el mayor acierto de la película sea no tomar un partido claro ante esta disyuntiva. Por supuesto la postura más obvia sería descartar la opción tradicionalista como un retroceso hacia el deplorable machismo vikingo, pero Sparrows baila entre dos aguas: la ausencia total de la figura materna tampoco sitúa en buen lugar a una sociedad más preocupada en arreglar el mundo que hacerlo con su propia casa. Tomar la ruta de en medio, sin acercarse ni a Escala ni a Caribdis, ser uno mismo y no lo que los demás quieren que seamos, ése es el reto al que tiene hacer frente el joven Ari. Ahí en ese proceso de coming of age es donde reside la universalidad de su discurso, es en sus difusas imágenes donde nos damos cuenta que el cine de la fría Islandia no es tan exótico como algunos de ustedes podrían pensar.

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