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Sueños que se hacen realidad

Un proyecto que se vislumbró hace 18 años y que acaba de subir a los escenarios

Tengo que retrotraerme dieciocho años atrás para recordar el día aquel en el que Sergio Gayol, actor, dramaturgo y director teatral y quien les escribe de cuando en cuando decidieron conjurarse para algún día poner sobre las tablas la inmortal obra de William Shakespeare "El sueño de una noche de verano".

El tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos, como cantaba Pablo Milanés a comienzos de los noventa, y con la barba cana y alguna que otra idea sobre el teatro en la cabeza, el proyecto que se barruntaba mientras Gayol finalizaba sus estudios en la que es hoy Escuela Superior de Arte Dramático de Asturias, el vetusto proyecto pudo ver al fin la luz este pasado primero de octubre sobre el suelo sagrado del Teatro Jovellanos, nuestra casa en cierto modo, la casa de todos los gijoneses y de aquellos que cuando entran, descubren que casi cualquier cosa, incluso los sueños, puede ser posible.

El motivo de estas líneas, como otras ocasiones pretéritas, es la de agradecer a cuantos han hecho posible que la conversación en el Palacio Valdés de Avilés, con otro Shakespeare entre las manos y las maltrechas almas de un grupo de actores jóvenes que finalizaban su formación, se hiciera realidad con el concurso de un Premio Jovellanos de Teatro, y por supuesto, el Excelentísimo Ayuntamiento de Gijón y una de sus extensiones culturales más visibles, Divertia.

Uno sueña, y en ocasiones, escasas, lo soñado se queda en proyecto, en un papel más o menos certero que atraviesa el corazón de los programadores pero no encuentra ni el espacio, ni el momento ni la financiación para empezar a engranar los ejes de una obra que se nos antojaba grande y finalmente ha crecido entre lágrimas, risas, enfados, esfuerzos, emociones encontradas y sobremanera, generosidad de unos y otros.

La propuesta que presentan los autores bajo la dirección del propio Sergio Gayol es una suerte de vuelo entre hadas y elfos, una invitación -tal y como él nos señala- para creernos uno de ellos dentro de un bosque maravilloso, de cuento, con una ilustración de Laura Asensio que nos ha enamorado a todos y en la que concurren los protagonistas para cambiar lo que no es del gusto, dibujar lo que amamos y tal vez, encontrar el camino de salida. Dormirse con ellos para despertar transformados y tal vez, un poco mejores que cuando entramos al teatro. La dramaturgia contempla la propia esencia del británico, sin perder un ápice de su fuerza, su verdad y su significación estética y ética, con una cuidada escenografía disparada en vídeo que en oscuros y sobre la genialidad de un vestuario firmado por las aclamadas Azhadas y la iluminación de Fran Cordero, convergen en un todo que se sucede y difumina mientras el texto, cargado de imágenes poéticas y referencias vitales trascendentes, invitan a perderse, a adentrarse y tal vez, soñar con cada uno de los personajes que dan vida a Puck, a Oberón, a Titania, a Hermia, a Lisandro, a Demetrio, a la bella Helena? a saber, Alejandro Hidalgo, Carmela Romero, Jorge Moré, Ana García, Yered Vega, Hugo Manso, Ángela Tomé, Isabel Marcos, Claudia Sordo y Enrique Dueñas. Su trabajo, el actoral, sumado al musical y al coreográfico de Rebeca Tassis confiere al espectáculo un tono familiar cargado de intimidad, complicidad, gracia, fragilidad, sensualidad y profundidad sin perder en ningún momento ni la frescura ni la sencillez pretendida. La magia encaja perfectamente porque el regalo del mago Nacho la ha hecho sencilla y el bosque crece, vibra, despierta y adormece por el inmenso trabajo de Libe Aranburuzabala.

Dieciocho años después de aquellas palabras, este compositor solo puede expresar su agradecimiento a Gijón, de la que salió camino de espacios para crear musicales en Madrid y de nuevo en casa, en el Jovellanos, ha recibido el mayor de los regalos que un creador puede recibir: la acogida cálida, el prodigio de los compañeros de viaje y el aplauso cómplice del público. Y sobre todo, volver a creer en los sueños. A todos, de corazón, mi gratitud emocionada. En buena hora.

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