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Deshojando la rosa socialista

Las razones que han llevado al PSOE a una deriva de consecuencias incalculables

Las rosas, como flores de corte, juegan un importantísimo papel, esencial y ornamental. Es decir, siempre han gozado de un lugar privilegiado en los jardines, en los jarrones y en los mercados del mundo. Las rosas rojas son pasión. Las rosadas dan felicidad, sobre todo la que sustenta el poder en extremo.

Hace ciento treinta y siete años, aunque, eso sí, con cuarenta de paréntesis, los fundadores del PSOE adheridos al marxismo abrazaron con pasión la rosa roja como seña ideológica obrerista. Pero llegó, la transición y los jóvenes salidos de Suresnes entendieron que el marxismo como concepto ideológico había caducado en beneficio de la socialdemocracia europea, fundamentalmente la alemana, liderada por Willy Brandt, mentor político de Felipe González y valedor financiero del PSOE. A partir de ahí la alineación a la socialdemocracia inicia un camino mutante hacia la felicidad rosada que empieza a ser motivo de desconfianza en determinadas corrientes socialistas y en ciertas capas de vanguardia obrerista que barruntaban con anticipación las duras reconversiones industriales y medidas, leyes y decretos antisociales que el PSOE les iba ha endosar.

Cierto es que en 1982 el PSOE llegó a rozar el cielo tras la confianza mayoritaria de una población deseosa de un cambio profundo en el país. A mi juicio, no supieron administrar dicho éxito electoral al considerar a España como su propio cortijo y eso, amén del corrimiento ideológico a estribor, les traicionó. Los casos Guerra, Filesa, fondos reservados, GAL, Roldán, en pura lógica una mecánica corrupta, no son ajenos a la pérdida de confianza de un electorado abandonado y frustrado que le fue reduciendo, poco a poco, influencia en las instituciones. A partir de ahí, la socialdemocracia española, versus PSOE, al no ser capaz de profundizar en la crisis que se abría elección tras elección y, por el contrario, abrazar el discurso fácil, quedó intervenida y cuestionada políticamente hasta el efímero liderazgo de Pedro Sánchez, pasando antes por la breve duración de Joaquín Almunia y la fugaz aparición de Josep Borrell, al que se le alejó a toda velocidad del cargo. Por errores propios han llegado a la situación actual en donde nadie se fía de nadie a causa de las heridas abiertas entre barones y notables que no quieren ceder su prestigio aunque sea a costa de producir una catarsis de consecuencias trágicas y entre ciertos sectores del partido que no se resignan a ser observadores pasivos, han terminado por colocar al PSOE en mitad de la nada.

Si afirmo que a Pedro Sánchez no lo eligieron secretario general con el deseo de perdurar, sino para anular a Madina, menos controlable que aquél, solo constato lo que el tiempo se ha encargado de manifestar. Pedro Sánchez solo era el medio de recambio. Si las cosas iban bien electoralmente siempre habría barón o baronesa con ansias de poder para beneficiarse. Si las cosas iban mal, como fueron, razón de más para responsabilizarlo a él solo y así su dimisión estaría justificada.

Lo que el aparato del PSOE no predijo es que Pedro Sánchez pasase del papel de guiñol al que le habían inducido los notables al de tener voz, apoyos y decisiones propias, no sólo para mantener el no al gobierno de la derecha del PP sino que ante la incapacidad manifiesta de aquéllos para crear alternativa de gobernabilidad, él sí defendía la alternativa de Unidos Podemos como base a recuperar valores de la izquierda. Obviamente su futuro político lo truncaron, ya que el golpe de estado interno para sacarlo de la política estaba perfectamente diseñado. Tan sólo faltaba la clave que lo pusiese en marcha y ésta llegó por boca de Felipe González.

Después del bochorno del comité federal se enfrentan a una crisis y desunión interna que ni la propia gestora va a cerrar, entre otras razones porque nadie de los del directorio golpista asumirá la responsabilidad de su irresponsabilidad. Siempre encontrarán a alguien quien sin valer les valga ¿será Javier Fernández?

El poder de la política es un mundo tan extrañamente seductor como peligroso. En él no hay lugar para la inocencia, y cuando a un secretario general lo presentan de desleal por traicionar la sumisión de quienes prejuzgaron que así fuese, éstos, tendrían que llevar un peso importante en su conciencia, abrumados por la culpa después de tan inesperado desenlace.

Tanto tiempo han estado desojando la rosa que la han dejado desnuda. La han llevado a una obligada soledad, desdibujada como una silueta en silencio, como la última rosa roja del verano y, todo, por haber tomado decisiones que no deberían haberse alimentado aunque se hubiesen soñado.

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