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Asedio a la excepción

En estos días pasados, de cine a dos euros noventa, yo he escogido "Elle", de Paul Verhoeven para reencontrarme con la frágil y pecosa Isabelle Huppert, de nuevo convertida en un ser gélido y atormentador de otros, incluso cuando es una víctima. No es un personaje sino un estado mental, ha tratado de explicar Huppert, que ha puesto esta coproducción francesa, belga y alemana como paradigma del cine europeo, una suma de esfuerzos para materializar historias que nos hacen repreguntarnos lo que venimos dando por sentado y luego descubrimos que tiene sus matices.

El cine a dos euros noventa es imposible, esa cantidad a duras penas da para que el exhibidor se lleve lo suyo, así que mucho menos podríamos sumarle lo que la productora cinematográfica y la empresa de distribución también han de sacar del tique de entrada, y aún no hemos mencionado el 21% de IVA y 2% de autores, que van en la misma lata de sardinas. Eso explica el precio prohibitivo del cine y sus palomitas.

Todas las salas españolas se han petado y batido records estos días -ustedes lo habrán comprobado, seguro, si han participado de la undécima Fiesta- lo cual demuestra que nos encanta que nos cuenten historias y que si nos comedimos es por razones de bolsillo. Pero para que a las salas le salgan las cuentas, todos -productores, distribuidores, exhibidores- han tenido que sacrificar ingresos mientras el ministerio de Cultura trata de cubrir la diferencia.

Al tiempo que estos oasis culturales evidencian que todo en la vida es al final una cuestión de precio, se está negociando en un plano casi cercano a la estratosfera un paquete de medidas de libre comercio entre la UE y el otro lado del Atlántico -EE.UU. y Canadá-, medidas aparentemente inocentes y bienintencionadas sobre el papel pero que van a determinar nuestro futuro económico para las próximas décadas y puede que no positivamente.

Son los tratados TTIP y CETA, respectivamente, que de forma muy vaga nos suenan porque dan lugar a titulares escasos y menores que se pierden entre urgencias y despistan de lo importante. Sin embargo, es una partida en la que nos jugamos industrias, empleos y hasta, si me apuran, soberanía e independencia judicial. Se trata de medidas de libre circulación de productos, localización de industrias, inversión de capitales y protocolos de arbitraje empresarial que, con la bandera del libre comercio, pretenden eliminar cualquier barrera proteccionista de ésas que los países suelen establecer para blindar su economía local.

Tras negociaciones previas de las que muy poco se ha hablado, se ha conseguido mantener fuera de ese paquete de nuevas reglas de juego las que tienen relación con la cultura y particularmente el sector audiovisual y no porque EE.UU. no le tenga querencia a su industria, al contrario, desde siempre la ha considerado un caballo de Troya para extender el ideal de vida americano con todos sus productos y marcas. Lo que ocurre es que la UE supo en su momento mantenerse firme en la excepción cultural que, por ejemplo, obliga a exhibir en los cines al menos una cuarta parte de producción europea y en las televisiones, la mitad.

Si estas cuotas no se hubieran mantenido, así como el compromiso de apoyo público a la cultura -Francia es un ejemplo a seguir-, seguramente ahora mismo no se vería en las pantallas más que cine americano y no en su versión más innovadora, que también la hay allí, sino en la mastodónticamente comercial, todo ello con el pretexto de que es preciso dejar elegir al espectador. Es cierto pero también conviene mostrarle entre cuántas cosas puede hacerlo.

El sector audiovisual ha quedado apartado de las negociaciones puesto que lleva la etiqueta de cultura y la UE se mantiene en que ésta es sinónimo, más que de industria, de identidades, formas de vida y pensamiento. Pero los norteamericanos se han rendido fácilmente porque han encontrado otra vía por la que conquistar el mismo sector con otro nombre; se trata de los "servicios audiovisuales no lineales", en referencia a los digitales que son, en realidad, el nuevo campo de explotación de los productos culturales tradicionales. Dicho en otras palabras, dejaremos de ir al cine porque es muy caro pero veremos las mismas pelis a través de plataformas y a precios muy atractivos. Y en los denominados servicios en línea están por poner las barreras.

En definitiva, toda una película de calado y de suspense, en la que protagonistas y antagonistas tiran de astucia, imaginación y recursos -también de alguna bajeza- para conseguir sus objetivos mientras el oscuro objeto de deseo -la cultura- asiste atónito al asedio.

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