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Crítica / Música | Musicólogo

Una arriesgada tentativa de cancionero

Pixán y Gamoneda presentan un repertorio para el siglo XXI desde la tradición

Pocas cosas despiertan más suspicacias que los debates en torno a la tradición. Cuando este término sale a colación se ponen en juego cuestiones identitarias, emocionales y políticas que no dejan indiferente a nadie. Conscientes de ello, Joaquín Pixán y Antonio Gamoneda insistieron varias veces en su respeto y su modestia a la hora de presentar su "Tentativa de un cancionero asturiano para el S.XXI" el pasado viernes en el teatro Jovellanos. Una justificación que apareció en las entrevistas de prensa previas al estreno, en las notas del programa de mano y en la voz de ambos durante el recital, y que inevitablemente nos trae a la mente aquello de "excusatio non petita, accusatio manifesta".

Antonio Gamoneda explicó meridianamente el proceso de creación de esta obra en su presentación inicial: composición de nuevas canciones hechas con responsabilidad, traducción al asturiano de textos de grandes poetas (Lorca, Lope de Vega, Ángel González?) y modificaciones y añadidos a piezas de la tradición musical asturiana; todo con el objetivo de sanear un repertorio que consideran degradado por el uso popular. Ilustró la intervención en la tradición con ejemplos como la modificación de unos versos de la letra de "Arrimadín a aquel roble" que consideraron poco adecuados en la versión que circula en el acervo popular.

Nada que objetar si Pixán y Gamoneda hubieran desarrollado ese proceso para crear una obra nueva sin más pretensiones; el repertorio popular está ahí para usarlo y, desprovisto de copyright, ha sido objeto de mil y una interpretaciones. Lo que despierta recelos es la postura de ambos autores a la hora de erigirse en renovadores y depuradores de una tradición que consideran defectuosa; una posición hegemónica e intervencionista acorde con la "invención de la tradición" que apuntaba Eric Hobsbawm y que poco tiene que ver con una concepción dinámica y orgánica que debería primar en la evolución de la música popular.

En lo estrictamente musical, asistimos a un recital con un nutrido repertorio de canciones. Pixán lució sus dotes con una voz potente y bien impostada, propia de su condición de tenor lírico, y con los guiños populares característicos desde la tradición académica. Predominó la estética romántica que ha imperado en la interpretación culta de la música popular desde los nacionalismos decimonónicos: lenguaje tonal, fraseos con retardos afectivos, ritornelli instrumentales y texturas sencillas; musicalizaciones en las que los instrumentos se limitaron prácticamente a acompañar a la voz siguiendo las pautas formales de los cancioneros que circulaban en forma de partitura entre la burguesía de hace un siglo. Junto a instrumentos de repertorio clásico, como el piano, el chelo, la flauta travesera o el fagot, aparecieron puntualmente otros de uso popular como la gaita o el pandero.

Todo discurrió según el protocolo de un recital de teatro: aplausos entre canciones, presentación de músicos, descanso a mitad de programa? y es que el teatro no deja de ser un espacio paradigmático que, a priori, no parece el más adecuado para presentar un cancionero que aspira a convertirse en repertorio popular. En fin, el tiempo y el pueblo determinará su suerte.

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