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Crítica / Arte

Manuel Vilariño, poeta y fotógrafo

El artista gallego titula sus exposiciones con versos de sus poemas

Hablamos de la Noche Blanca en esta sala de arte. Y los galeristas, tanto Bea como Daniel, coinciden en afirmar que va viniendo más gente cada año. Ya no les pilla de sorpresa. Estamos ante una celebración consolidada, que además se ha convertido en el inicio de nueva temporada tras el verano. Las actividades programadas empezaron a su hora. Y entre ellas sobresalió y tuvo gran éxito la foto minutera. La charla de los fotógrafos Ángel y María, de la empresa "Papel Salado", fue seguida con atención. Y luego estuvieron haciendo fotos minuteras de parejas y grupos familiares hasta la 1.30 h. de la madrugada.

Me cuenta después Bea Villamarín que este año asistieron a la Feria JustMAD de arte emergente, celebrada en Madrid del 18 al 23 de febrero, que este año ha pasado de 22 a 40 galerías. Desde Gijón acudieron también ATM/Altamira, Gema Llamazares, Viki Blanco y Aurora Vigil Escalera, lo que demuestra la potencia artística de la ciudad. Ha sido para ellos una gran experiencia, para darse a conocer y abrir mercados a nivel nacional e internacional, pues allí va gente con ganas de adquirir arte. Acudieron con los artistas Rubén Martín de Lucas, Carlos Tárdez, Xurxo Gómez-Chao, Mónica Subidé y la escultora Olga Copado.

Vamos ahora con Manuel Vilariño (La Coruña, 1952). Poeta y fotógrafo, licenciado en Biología, especialidad de Bioquímica en la Universidad de Santiago de Compostela con tres años de Filología Hispánica. Como poeta, escribe en castellano. Los títulos de sus exposiciones son versos de sus propios poemas. Así "Mar de afuera", "Seda de caballo" o "Camino de liquen negro". Aficionado desde muy joven a la fotografía, completó su formación en una academia de Nueva York. Trabaja con máquinas analógicas, revela sus propias fotografías, tanto en blanco y negro como en color, en papeles fotográficos de lo mejor que hay en el mundo, que al final pega sobre plancha de aluminio.

Pero eso no quiere decir que desprecie la foto digital, consciente de que estamos ante una nueva tecnología que ha cambiado sustancialmente el mundo fotográfico y contribuye a la disolución de géneros en el arte contemporáneo. Tal disolución hace que se acerque la pintura y la fotografía, como sucede con Manuel Vilariño, o que la fotografía adquiera intensa carga poética. Dice que el revelado fotográfico de hoy se produce en el ordenador. Y que lo digital es inmaterial, lo que comporta un paso a favor del espíritu.

Vive Manuel Vilariño con su familia a 25 kilómetros de La Coruña, en el pueblo de Bergondo. Habita una casa de campo diseñada por Manuel Gallego Jorreto (Carballino, 1936), profesor universitario y premio nacional de arquitectura en 1997, por su Museo de Bellas Artes de La Coruña. En esta casa está también su estudio. Vive pues este artista en medio de la naturaleza, rodeado de bosque y mar, siempre desbrozando caminos. Particular relación le une con los animales, y en especial con los pájaros, diurnos y nocturnos, de bosque y de mar, silenciosos y por doquier presentes en su entorno. Comenzó Manuel Vilariño a exponer individualmente en los años 80 del siglo pasado, pero su consagración le ha llegado en el siglo XXI. Exposiciones suyas famosas fueron las celebradas en el Círculo de Bellas Artes de Madrid (1998 y 2012), el Centro Gallego de Arte Contemporáneo de Santiago de Compostela (2002), el Instituto Cervantes de París (2008) y la antigua Tabacalera de Madrid (2013) perteneciente al Ministerio de Cultura. Por el medio está la concesión del Premio Nacional de Fotografía por parte del Ministerio de Cultura en noviembre de 2007, premio que reconoce "la gran calidad técnica de sus obras y su intenso sentido poético y filosófico", así como "una trayectoria personal en la que, desde la fotografía, reflexiona sobre la vida, los ciclos vitales y el sentido del tiempo a través de su apasionada observación de la naturaleza". En aquellos días estaba casi terminando la 52ª edición de la Bienal de Venecia, en la que Vilariño representó a España. Tiene buenos amigos Manuel Vilariño y uno de ellos es Alberto Ruiz de Samaniego, profesor de Estética en la Universidad de Vigo y comisario de varias de sus exposiciones, que ha escrito un texto breve para presentar "Camino de liquen negro" en la galería gijonesa de Bea Villamarín. También Antonio Gamoneda le ha regalado un poema, donde le llama "pastor de soledad." Y otros notables críticos y comentaristas le han dedicado buenos estudios, como Fernando Castro y Miguel Fernández Cid.

Manuel Vilariño es un hombre muy culto. Cita con soltura y acierto a María Zambrano, Rainer María Rilke, Martin Heidegger, Carl Gustav Jung, Wallace Stevens, Lezama Lima, Fernando Pessoa o San Juan de la Cruz. Ha viajado por la India y Etiopía, empapándose de espíritu oriental. Conoce perfectamente la pintura española de siglos atrás y bebe de los bodegones de la época barroca, como los que pintaron Zurbarán, Sánchez Cotán, Pedro de Medina Valbuena o Juan van der Hamen, naturalezas muertas tenebristas, en que la luz y la oscuridad van de la mano, como en las obras de nuestro fotógrafo.

Ojeando libros y fotografías de Manuel Vilariño me han sorprendido dos series de las que haré mención. Una es la serie de animales comparados con diversos instrumentos cotidianos, expuesta en la Tabacalera de Madrid. Son fotos en blanco y negro realizadas en los años 80 del siglo XX, que comparan herramientas y animales, como lagarto y hacha, lagarto y tijeras de podar, serpiente y horca, martillo alargado y pico de garza, abubilla y hoz, sierra y pez, martillo y mono. Y otra serie tenebrista que podemos llamar de las velas, realizada a partir del año 2000: una vela encendida, símbolo de la vida que se consume, junto a limones, membrillos, nidos de avispa, libro con mariposa, calaveras, pimientos verdes o pájaros muertos. Queda hablar de sus paisajes, que reflejan su idea de la vida como aventura y sorpresa, paisajes captados por un viajero nada convencional, un aventurero que pelea contra la rutina cotidiana, o sea, contra la muerte. Y viaja a donde no queremos ir, al interior de nosotros mismos.

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