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Pactar las discrepancias

La necesidad de restañar el desgarro interno del PSOE con mano de sanador y sin egos

Los resultados de unos cuantos sondeos demoscópicos aseguraban que más del 80% de los encuestados se mostraba decepcionado, engañado, indignado, cansado, avergonzado de la situación política de estancamiento, de parálisis por la que atravesaba nuestro país, carente, después de muchos meses, no sólo de un presidente y de un Gobierno que funcionaran, sino de un Congreso, de un Senado, de unos presupuestos, de una presencia decente en el mundo, de unas instituciones del Estado, en suma, operativas, a pleno rendimiento. Esos mismos estudios reflejaban que una cifra superior al 70% rechazaba frontalmente la celebración de unas terceras elecciones. A su vez, los líderes de los partidos políticos, fuera el que fuere: antiguo o moderno, tradicional o emergente, se manifestaban de forma tajante contrarios a esa posibilidad, a esa salida. Nos situábamos, por tanto, ante un objetivo compartido por la mayoría de la población y la práctica totalidad de la denominada clase política. Podría afirmarse -no sin cierto sarcasmo- que en pocas ocasiones como ésta habrá habido tanto consenso, tanta afinidad entre representados y representantes. Si, entonces, el objeto o fin era tan claro y coincidente como se pintaba, ¿por qué resultaba imposible ponerse de acuerdo en una solución que evitara esas nefandas terceras elecciones?

Algunos diminutos, insignificantes jarrones chinos, ya un tanto descascarillados -a un servidor aludo sin ir más lejos-, pensamos que la política es el arte de lo sencillo, de lo práctico, de lo posible, es decir, de lo convenido, de lo acordado, de lo consensuado (incluso las discrepancias se han de pactar). Creemos que no se conquista el paraíso en un asalto; que no se transforma la sociedad por un golpe de efecto; que no es dirigente legal (en jerga cheli) quien arrastra a su organización a la quiebra, a la gente a un despeñadero por principios sagrados e inmutables. Eso no es política. Eso es dogmatismo religioso. Eso es fanatismo. Algunos sospechamos que la verdad no tiene un dueño y señor; que los criterios categóricos estresan; que las posiciones a piñón fijo entumecen el entendimiento; que los árboles particulares impiden una amplia visión del bosque; que en todas (repito: todas) las casas cuecen habas (en algunas, verdad es, a calderadas); que las exclusiones empobrecen; que los vetos ciegan; que todo contrincante, en buena lid (o sea, extirpado el uso de la violencia, respetada la legalidad democrática), merece el pan y la sal. Algunos, más por viejos que por listos, sabemos que la voluntad del pueblo descansa en una urna (nos guste o nos disguste el recuento de votos); que la política útil, la buena, la que busca el bienestar general y, sobre todo, de los que poco o nada tienen, no es un tablero laberíntico, ni un sudoku irresoluble, ni un juego infecundo de escaños, ni el encoñamiento a ultranza con una postura, ni una división simplista, maniquea entre buenos y malos.

Si de aquella manera fuese, ¿alguien podría explicar el reciente acuerdo de paz en Colombia? ¿Acaso se entabló una negociación entre hermanitas de la caridad? A un lado, guerrilleros. Al otro, paramilitares. De ambos bordes de la mesa pendían chorretones de sangre inocente. El diálogo pertinaz, empero, abrió camino -no exento de sobresaltos refrendarios- a una apacible convivencia 50 años estropeada, rota. Adrede, he acudido a un ejemplo extremado que nada tiene que ver, por fortuna, con lo que nos atañe y acucia ahora y aquí, en España. Solo pretendía exponer una imagen reflejada en un espejo lejano y deformante a modo de bofetada valleinclanesca a los protagonistas de nuestra historieta de andar por casa. Se dirá el lector, con razón, que adónde querrá ir a parar el infrascrito tras exordio que más parece retahíla de consejas del abuelo Cebolleta. Y, raudo, contesto cuatro cosas en apretada síntesis:

1ª) La presión sobre el Partido Socialista se ha venido ejerciendo por tierra, mar y aire, desde las izquierdas, los centros y las derechas, por voceros de arriba y de abajo, analistas de fino verbo, tertulianos chocarreros? todo dios -incluidos los lares menores de la propia organización- le exigía a tirones descoyuntantes una respuesta: cada quisque la suya, claro. Tan imperiosa demanda podía calificarse como se quisiera menos de equitativa, puesto que en esa encrucijada cada cual tenía su parte alícuota de responsabilidad. De otra parte, me decía que las cosas son como son y que adónde iba a mirar la gente en busca de atisbos, vislumbres esperanzadores sino al Partido Socialista.

2ª) A tenor de la abundante demoscopia, ya se apuntaba que un porcentaje superior al 70% de la gente entendía que no era de recibo que los electos devolvieran la pelota otra vez a los electores cuando aquellos tenían la encomienda, la obligación de jugarla (y jugársela). Si se compartía esa premisa y se respetaba esa voluntad muy mayoritaria expresada por los ciudadanos, un partido responsable como el PSOE no debía hacer oídos sordos a ese clamor, ni anteponer intereses partidarios, dogmas estériles o corazonadas sentimentales al cumplimiento de dicha voluntad general, mal que pesara.

3ª) El Partido Socialista Obrero Español no ha hecho otra cosa que cumplir con la obligación de escuchar y atender a esa mayoría -quizá la menos estridente, la más silenciosa- que se abochornaba de vivir en un país desgobernado, en un escenario político que más parecía jaula de grillos y patio de Monipodio. El PSOE no ha hecho otra cosa que introducir (más vale tarde que nunca) un poco de cordura en medio de tanto marasmo.

4ª) Adoptada ya la traumática decisión por sus órganos competentes, toca ahora restañar el desgarro interno con mano de sanador, que no de pirómano; con cintura de avispa, que no de vaca frisona; con talante conciliador, que no con aires desafiantes; con cultura de organización, que no de egos, de soberbios protagonismos. Es decir: pactar las discrepancias sobrevenidas otra vez (ni por asomo se trasluce en este episodio confrontación ideológica alguna), encarar la reconstrucción de un proyecto político nítidamente socialista pensando en el bienestar de la ciudadanía y, de seguido o en parejo, articular, con participación plena de la militancia, los procesos de elección de nuevos liderazgos en el conjunto de la organización. Si de tal forma se procediera, con sosiego y sensatez, de nuevo el PSOE estará a la altura que le reclaman los trabajadores, que le exige y necesita la mayoría social de este país.

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