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Esplendor en el prau

Al rescate de las romerías como valor cultural

Los valencianos quemarán este domingo una "plantà" fallera para celebrar que la Unesco ha declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad a las Fallas. Si ocurriera lo mismo con nuestras Fiestas de Prao, tal y como proponen algunas voces locales, la piromanía festiva del Levante tendría aquí su réplica en un auténtico baño de sidra playo.

A mí la propuesta me pareció en su momento un ataque de grandonismo de los nuestros aunque después he razonado que, en primer lugar, hacemos bien en no marcarnos límites -ya nos los pondrán otros- y, segundo, si el comité de la Unesco valoró en las Fallas el hecho de ser una "festividad cultural transmitida en el seno de las familias que refuerza la cohesión social y favorece la creatividad colectiva de las comunidades", opino que nuestras romerías de prao también se ajustan a ese perfil festivo, tradicional, cultural y creativo.

En la parte creativa debería valorarse especialmente la económica; creo que nuestra ciudad no ha reconocido todavía públicamente como se merece la labor de las incombustibles comisiones vecinales de festejos de cuya ingeniería financiera y servicio a la comunidad deberían copiar muchos gestores públicos. Tal es el desgaste que tienen esas buenas gentes -también en parte por la ingratitud de sus propios vecinos- que en ocasiones acaban mandando a freír puñetas la tradición. En Galicia, por ejemplo, hay gestoras que han encontrado su nicho de mercado en organizar festejos parroquiales con sabor autóctono allí donde a los organizadores se les ha acabado la paciencia o la imaginación.

Nuestro ayuntamiento acaba de firmar con la SGAE un acuerdo pionero en España por el que las comisiones de festejos pueden adherirse a la tarifa bonificada municipal, con descuento de un 25%. Suena bien si no fuera porque primero tienen que ponerse al día de su deuda con la entidad de gestión de derechos de autor, lo cual les supone hoy a algunas un quebranto de tal calibre que ya no llegan vivas a la bonificación. Más vale que el ayuntamiento salga también en su auxilio si no quiere que el acuerdo principal haya servido sólo para la foto y a algunas de nuestras parroquias les llegue demasiado tarde.

Bien, por tanto, por la apuesta municipal gijonesa aunque habrá que atacar otros frentes como el de los botellones convertidos en fiestas en paralelo, la sangría del IVA que han de aplicar por sus servicios las orquestas -para este asunto no hay otra puerta que la de Cristóbal Montoro- y también cierta inercia colectiva en la que hemos caído al considerar nuestras romerías la fiesta de andar por casa que se organiza sola y a la que le racaneamos los duros mientras nos gastamos unos buenos dineros en una entrada a un concierto o un festival que principalmente -esos sí- son un negocio.

Al final, la almendra del asunto es nuestra concepción de los festejos tradicionales como una actividad con un valor cultural secundario, complementario y subordinado a la otra cultura con mayúsculas que nos llega en productos más sofisticados y elaborados. Pero -y no hace falta que la Unesco nos lo diga- la primera es la que nos dice quiénes somos, nos repara, nos hace sentirnos grupo y nos lleva siempre de regreso a casa.

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