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Tormenta de ideas

Ciao, bambinos

Una llamada a ejercer la lucha por un mundo más feliz pese al riesgo que supone el contacto con los problemas

Ha sido una tarde dura. Cada vez me resulta más difícil separar lo profesional de mi vida, de mis sueños, ésos que tantas veces se convierten en pesadillas. Esta dichosa empatía me está matando. Él me dice que en cada terapia dejo un poco de corazón y sé que tiene razón. Pero no puedo evitarlo. Me gustaría ser fría, distante, ser esa profesional que es capaz de pasar de puntillas por el dolor ajeno, pero cada lágrima de los padres que veo a diario inunda mi alma, la encharca y me cuesta poder volver a secarla porque debo retorcerla cada vez más. Y duele, mucho, porque los problemas son por desgracia cada vez mayores, las familias cada vez más desorientadas, los niños, los adolescentes, los padres cada vez más perdidos. Los años pesan, los míos en esta profesión que amo tanto, pesan aún más. Él me dice que me jubile, que empiece a disfrutar de la vida, y es cierto que a veces, muy pocas, me entran ganas de hacerlo. De olvidarme de traumas, separaciones, acosos, abusos, juicios, maltratos?

Pero luego, con cada sonrisa infantil, con cada adolescente que logramos sacar adelante, con cada abrazo, con cada gracias de unos padres, de unos abuelos, me siento la mujer más feliz del mundo. Sí es cierto que hay temporadas, como ahora, en las que la impotencia por no poder arreglar el mundo entero, que es lo que me dicen que trato de hacer, resulta especialmente difícil; que la noche me trae situaciones que no quiero recordar, la niña que intenta irse porque no aguanta más, el chico que es acosado y no lo podemos evitar, el marido o la esposa que se resiste a ver cómo su proyecto de vida se desmorona. Y todos ellos forman parte de mí, una parte importante que no quiero apartar, porque es mi esencia. Y porque sé que tras la tormenta siempre llega la calma, la paz, que para mí son los besos de mi niña, su sitio en mi regazo, su mano cogiendo la mía a través de los barrotes de la cuna? Mientras le canto bajito "Hijo de la luna", mientras le digo que si Paula llora, menguaré la luna para hacerle una cuna... Y todo se para, todo se detiene. Sólo estamos ella y yo, y los fantasmas se van y me invade una felicidad que nadie, sólo ella y yo entendemos.

Por eso no me voy a jubilar, mi vida, porque quiero que tu abuela siga luchando para hacer de este mundo un sitio más seguro, más feliz, para que tú, cariño, crezcas en él? Y si puedo hacer de los padres mejores personas, haré mejores niños, niños más felices, sin odio, sin ira, sin rencores? Y tu serás una más en un mundo mejor, aunque sepa que es luchar contra todo y contra todos. Pero si todos nos cruzamos de brazos, si dejamos de intentar cambiar nuestro pequeño mundo, nadie lo hará. Y yo tengo la obligación de hacerlo por ti, y por todos los que vengan? Yo sé que tú me entiendes, ¿verdad? Díselo a tu abuelo con tu lengua de trapo. La Tata no se rinde. Nunca.

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