Se han agotado las Navidades, como agotados están tantos juguetes que los abuelos querían pedir para sus nietos, como agotadas estaban las plazas en los restaurantes para las comidas de ayer, día de Reyes, última cita festiva de un periodo de felicidad generalizada. No se ha agotado, sin embargo, el agua necesaria para regar calles, plazas y carreteras en un intento un tanto artesanal de luchar contra la contaminación que se ha instalado sobre nosotros por culpa de un anticiclón que no es precisamente el de las Azores. Los anticiclones que no están sobre las islas portuguesas no son precisamente los mejores, como nos enseña el reinante por varios días aún. Las circunstancias meteorológicas se unen a las sanitarias con una inflación gripal que pagan los hospitales, saturados cuando llegan las semanas normales en las que han de practicar análisis y cirugías para los que quizá no tengan camas. Luce el sol, pero hay complicaciones.
