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La carta

Morirse por una tontería

El día de Nochevieja mi mujer se levanta, pone el termómetro y le marca 39 grados de fiebre... Este hecho hace que todos los planes para celebrar la fiesta se vengan abajo. Que el cordero y los turrones vuelvan a la nevera para comerlo el día de Reyes. El caso es que en el momento de celebrar la entrada del año solamente estábamos en casa mi mujer y un servidor. Conté dos grupos de doce uvas cada uno, llevé uno de ellos a mi esposa, que por cierto no quiso.

Fueron pasando los minutos y cuando empezaron las campanadas, como todos los años, inicié el ritual. A la tercera uva ya sentí que no iba bien, pero por burro continué tragando uvas hasta la siete u ocho en que no pude más. Arrojé todo lo que tenía en la boca y noté que me quedó algo que no pude expulsar. Empiezo a carraspear para echarlo fuera y nada. Ahí empieza la batalla por la vida. Veía que me empezaba a faltar el oxígeno. Con el ruido se levantó mi mujer y al verme en aquel estado intenta ayudarme a expulsar la uva aplicando su fuerza en mi espalda sin lograr nada. Actúa con serenidad y llama al 112. Mientras yo, que me encuentro con todas mis facultades intactas, pienso que me muero por una tontería. Sigo jadeando sin entregarme. Sé que si paro un momento se acabaría todo y me entran ganas de pasar la línea.

Cuando estoy en esta situación llega la ambulancia. No sé dónde estaba. Sólo sé que hacía seis minutos que había sido llamada. Si hubiese tardado dos minutos más en llegar seguro que se encontrarían con mi cadáver. La doctora de la ambulancia, una vez hecho su trabajo con gran profesionalidad, mientras me llevan al hospital para comprobar si me había quedado alguna secuela, me dijo que por algún sitio me entraría alguna gota de aire porque no se pueden aguantar seis minutos sin nada de oxígeno. Gracias a Dios, porque todo estaba bien.

Al despedirnos en la Residencia les di miles de gracias y pensé qué bueno era empezar el año teniendo un triunfo sobre la muerte. Si los veo por la calle ni los conozco. No quieren ser noticia. Pero esos seis minutos para mí fueron milagrosos y gracias a ellos y a mi esposa hoy lo puedo contar y no pasar a ser una de las 1.400 personas, según publicó LA NUEVA ESPAÑA, que mueren en España cada año debido a obstrucciones de alimentos.

Quiero acabar este relato con dos sensaciones. Las dos son de dar gracias en primer lugar a Dios por considerar que aún no había llegado mi hora y la segunda agradecer a los tripulantes de la ambulancia por esos seis benditos minutos y su eficacia y amabilidad.

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