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Niños diferentes

Sobre el necesario respeto a la diversidad y a la forma de ser de cada uno

Una pareja enamorada decide tener un hijo o una parejita, así que se ponen manos a la obra y pronto tienen una niña preciosa y poco más de un año después un niño también precioso. Están encantados con sus hijos, aunque les dan la lata habitual que dan los bebés: que si comen, que si no comen, que si no duermen, que si lloran, pero aunque cansados están felices. De pronto el niño de dos años sólo quiere ponerse ropa de su hermana, y a ser posible todo de color rosa. Los padres no entienden nada, están desorientados y un poco asustados porque su hijo no sólo quiere estar en casa con la ropa de niña; quiere salir a la calle con ella y arma unas perretas de abrigo si no le dejan.

Los progenitores, que son comprensivos y sólo quieren que sus hijos sean felices, no saben qué hacer. La madre, que es una mujer moderna, rompedora y algo psicóloga le deja ir con vestidos a la calle alguna vez. Tiene que oír de todo, algunas señoras la paran para increparla y otros miran con cara de horror. El niño, a veces, no quiere ir al parque porque no puede llevar vestidos. Consultan a psicólogos, nadie se pone de acuerdo. La familia les dice que le dejen estar con vestidos en casa y convencerle que por la calle los niños van vestidos de niños. Que, de momento, es muy pequeño. Por lo tanto le dejan y cuando llegan los cumpleaños o los Reyes, el niño dice con esa carita tan preciosa que a él le gustan las cosas de niñas. No quiere coches, ni balones, ni pistolas. Por supuesto, se le compra lo que le gusta. Los niños tienen que ser lo más felices que se pueda y no crearles traumas sin necesidad.

De repente se dan cuenta que a la hermana le gusta vestirse de niño: no quiere ponerse vestidos, ni faldas, ni disfraces de princesa, casi no se habían fijado porque, en nuestra sociedad, es normal ver a las niñas con vaqueros y no llaman la atención.

Y yo me pregunto qué quiere decir ser diferente, porque de alguna manera todos somos diferentes y a la vez iguales. Los seres humanos somos iguales unos a otros porque todos tenemos las mismas necesidades: comer, beber, amar, odiar. Unos aman más, otros odian más. Pero, por otro lado, todos somos diferentes, no nos gustan las mismas cosas, no siempre opinamos lo mismo, no amamos a todo el mundo, a menudo no entendemos nada de lo que nos pasa. Yo muchas veces me siento marciana cuando oigo a la gente opinar o hacer ciertas cosas que me hacen querer alejarme del género humano.

Yo tampoco entiendo gran cosa de lo que pasa y se supone que soy "una mujer leída y escribida". Con frecuencia no tengo explicación de por qué pasan algunas cosas. La política por ejemplo; la crueldad humana, las guerras, el terrorismo, las enfermedades, la muerte.

Está claro que hay que aceptar la diversidad, la diferencia e incluso disfrutar con ella porque enriquece, en vez de rechazar todo lo que no entendemos. Conviene admitirlo como algo que forma parte de nuestra existencia.

Esa aceptación debe de empezar desde la escuela. Los padres deben estar muy atentos y los profesores también. Ellos son los primeros que deben comprender o intentar comprender y nunca rechazar a nadie porque sea diferente. Insistir en las cualidades que tengan todos y cada uno de los amigos de sus hijos, de los alumnos. Conseguir que cada uno exprese sus opiniones libremente y que los demás opinen también sin despreciar.

Qué hermoso que en una clase un profesor diga "qué suerte de tener una alumna pakistaní o francesa o americana, vamos a pedirle que nos cuente la vida en su país y así vamos a pasar un rato divertido y vamos a aprender sin necesidad de estudiar".

Mi consejo para esos padres con unos hijos que digamos parecen diferentes, es no angustiarse, intentar hacerles felices, intentar que los demás también lo entiendan y entender que todos son diferentes pero no se nota tanto.

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