La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Otra maldita tarde de domingo

Ser padre

Decidirse por una pose ante la mayor responsabilidad de nuestra vida

Crecer es irse traicionando poco a poco, hasta que alguien nos obliga a ser nosotros mismos. La década de los treinta es un tiempo previo a la madurez, en la que uno comienza a mostrarse sin olvidar que los cimientos aún no han sido fijados. La etapa anterior, errática y libre, da paso a otras manos y a la verdadera responsabilidad, esa en la que uno debe crear su gran obra e insistir en ella, sea cual sea la dirección y la manera de tomarla. Y entre otras cosas, aparecen los niños.

Al igual que cuando uno tiene un accidente y sólo ve ambulancias en cada esquina, así me ocurre con el tema del embarazo. ¿De dónde ha salido este universo? Esa tienda de artículos premamá antes no estaba. ¿Cuándo han hecho una ludoteca al lado de mi trabajo? Todo me parecen señales. Hasta las cenas con mis compañeros de generación, que antes resistían hasta altas horas de la madrugada, se tornan en fechas y tiempos dirigidos por el bebé, de modo que mientras uno sostiene la copa de vino el otro mece la cuna. Parece que me ha llegado la hora. Y como uno es previsor, he empezado a confeccionar una encuesta entre amigos y aspirantes, para saber si el milagro de la vida es tan cierto como lo que dicen las películas. Dos son los tipos de padres que me he encontrado. Por un lado, los que con lágrimas en los ojos aún no son conscientes del milagro y arropan sobre su pecho a quien convirtió el paritorio en extraño prodigio, y se besan ante lo que es la representación de todo lo que se aman; los del otro lado me aseguran que sí, que hay prodigio y milagro y amor en todo ello, pero me advierten del peligro de esta nueva vida, de discusiones de pareja y dos horas de sueño, de la inexistencia del sexo y una extraña dieta consistente en todo lo que el niño deja sobre el plato. Que me prepare -dicen con agotada sonrisa-, porque ahora me dirigen once kilos de nervios.

Sin embargo, creo que ambas posturas no son irreconciliables. Algo se gana y se pierde en cada asunto. Y veo en este hecho la mayor responsabilidad de nuestra vida, cuando volcamos sobre un inocente -algunos dicen que de inocente nada- todo lo que somos. Cuando nuestro mayor reto es la herencia de nuestra palabra y nuestro tacto. Cuando lo importante será respirar bien hondo y no hacer las cosas por contaminación social, sino porque uno ha decidido que así sean. Conocerse a uno mismo, estar el noventa por ciento de las ocasiones presente. Y entender que no somos tan distintos a nuestros abuelos, cuando ahora el tiempo es otro. Llegar a ser quien eres, imagino.

Compartir el artículo

stats