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Quinientos huérfanos

Un día escuché decir a un señor que la enseñanza es un sector idóneo para "las mujeres que quieren trabajar" porque -argüía- se nos da bien y, muy importante, con su horario y vacaciones podemos conciliar. Y no se refería a equilibrar el trabajo con el disfrute de la familia sino a tener tiempo para una segunda jornada laboral: las tareas del hogar. Traer un sueldo a casa sin abandonar las responsabilidades domésticas, ¿qué más se puede pedir?

Como en una misma reflexión iba machismo y micromachismos en uno de esos tetris virtuosos que sólo el entrenamiento diario puede conseguir, yo despaché el diálogo con una frase irónica cortante porque hay días en que una sale al mundo en modo 100 metros lisos y otros en los que se es corredora de fondo que decide cuándo toca sprint y cuándo pelotón. Y yo ese día estaba en el pelotón, corriendo pero reservando fuerzas.

Esta semana han coincidido el Día Internacional de la Mujer y una huelga general de la enseñanza, y yo he imaginado al señor del primer párrafo barruntando que lo uno y lo otro son cosa esencialmente femenina, de relevancia discreta y, si le apuran mucho, de carga simbólica. Pero luego hay que volver a lo serio -pienso yo que dirá- porque hoy ninguna ley impide a las mujeres hacer nada por ser mujeres y los críos tienen una escuela en cada barrio y un campus en cada ciudad. De nuevo, ¿qué más se puede pedir?

Pero a mí estos días no se me van de la cabeza esos 500 niños y niñas a los que su propio padre -o un señor que decía querer a su madre- dejó huérfanos, en crímenes cometidos durante los últimos doce años. Si vamos más atrás, son millares. Es la primera causa de orfandad en el mundo civilizado; en otros caen bombas, en éste, un hombre integrado en la sociedad mata porque se creyó dueño de alguien incluso para decidir si sigue viviendo o no y, si es que no, cómo y cuándo debe morir. Estos críos tuvieron suerte, pudieron morir también.

Para completar la reflexión, la OMS dice que la principal causa de muerte entre las mujeres de 14 a 45 años es la violencia machista, así que dónde está la duda sobre si esto es o no una prioridad absoluta, un asunto troncal, transversal, de estado. Porque detrás de ese asalvajamiento de personas teóricamente civilizadas funcionan a toda máquina esos tetris machistas y micromachistas que día a día refrenda la sociedad. Es la suma de sutilezas y brutalidades llevada a su clímax. Hay que atacarlo desde todos los frentes.

Esos 500 niños y niñas van a su cole, junto con el resto de los críos de su edad. Y allí unos profes agobiados por un currículo inabarcable y su burocracia paralela, los sobresaltos de cambios de leyes con marcha atrás, los sueldos congelados y el desprecio de la sociedad -instigado en ocasiones por los propios políticos-, esos profes, digo, intentan sobreponerse a la narración anterior y explicarles que aún queda trecho para la igualdad efectiva y qué pueden hacer ellos y ellas. Y a veces ocurre que lo que les cuentan en clase, vuelve desmontado de casa. Porque a lo mejor allí hay quien se pregunta, como el señor del comienzo, "pero ¿qué más quieren?".

Aunque también hay quienes, como mi amigo Gerardo, estos días, en medio de mensajes en redes -algunos de los cuales abre las carnes leer- se arranca con un "yo también soy feminista" que emociona hasta la lágrima. ¿Qué más quieren?, pues que se entienda, caramba. El resto viene detrás.

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