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Crítica / Música | Musicólogo

Una sesión no apta para la vista

Juanjo Palacios apuesta por la sugestión sonora en "Concierto para cegados"

La propuesta resultaba muy atractiva sobre el papel: un "concierto para cegados", una experiencia plenamente sonora en la que los asistentes debían anular la vista para concentrarse en los estímulos que perciben únicamente a través del oído. Y es que, como explicó el autor de la propuesta, Juanjo Palacios, la hegemonía de la visión condiciona nuestra forma de percibir incluso en los conciertos, donde a priori debería predominar el oído; ya sean de rock o de música clásica, los conciertos tienen mucho de visual, y el público no suele quitar ojo al intérprete, que con su gestualidad reclama constantemente nuestra atención.

En la puerta del salón de actos del Antiguo Instituto se recogía un antifaz, y nada más entrar la vista se iba de manera inconsciente a un escenario vacío. Cuatro altavoces rodeaban las butacas con un sistema de estéreo enfrentado que rompía también con la disposición jerárquica del público; no había primeras ni últimas filas, cualquier lugar era bueno para escuchar, y cada escucha sería distinta (ni mejor ni peor) en función del asiento elegido. Y empezó el concierto con Juanjo Palacios a los mandos: en los primeros compases con material sonoro no musical, pero no exento de musicalidad, porque el paisaje sonoro de la naturaleza, compuesto por chicharras, abejas, agua y lo que parecía ser viento discurría en el tiempo en un progresivo crescendo que, percibido con los ojos cerrados, parecía avanzar hacia nosotros (o nosotros hacia el sonido).

La sensación de movimiento era constante; un juego de frecuencias, texturas e intensidades creaba sonoridades sugerentes que nos situaban en diferentes posiciones dentro de escenas difíciles de definir: el sonido de puertas metálicas movidas por el viento, el de la grava, las gotas de la lluvia que parecía estar cayéndonos encima, los cencerros de las vacas a veces lejanos y otras a nuestro lado? No era un paisaje bucólico, a pesar de lo que pueda parecer, sí es verdad que predominaba la regularidad eufónica en la mayor parte de objetos sonoros, pero la intensidad y lo impredecible de algunos de ellos, como la irregularidad de las olas en un pedrero, obligaban a no bajar la guardia, a estar alerta ante el siguiente estímulo y contribuían por tanto a mantener una escucha atenta.

La obra acabó por derroteros más sintéticos, haciendo protagonistas a las texturas graves que habían ejercido de colchón armónico o de roncón durante la primera parte. Lo que había sido un zumbido de fondo en el paisaje natural se hizo omnipresente y fue variando de altura y textura hasta adueñarse del espacio y acabar diluyéndose en un silencio que dejó una curiosa sensación de vacío rota tímidamente por algunos aplausos. En el coloquio posterior salieron cuestiones muy interesantes sobre la experiencia: la tendencia inconsciente a tratar de reconocer qué suena en cada momento, las sensaciones y las distintas impresiones de los oyentes en diferentes momentos de la obra, el grado de narratividad de un relato abierto a múltiples interpretaciones, etc. En lo que había consenso era en lo interesante de la experiencia, y sin duda lo fue. Un nuevo éxito para los "Encuentros de Música Electroacústica", que van por su séptima edición y que cada mes de marzo nos ofrecen la posibilidad de aproximarnos al sonido de forma diferente.

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