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Otra maldita tarde de domingo

La tierrina

Ese apego heroico a nuestros orígenes que nos distingue y nos confunde

Hace algunos años, en una de esas encuestas que uno no sabe muy bien de dónde salen, Gijón aparecía como la ciudad europea más querida por sus habitantes. No sé si merece el primer puesto, pero resulta innegable el apego que le tenemos a nuestra tierra. Cualquiera que camine por sus calles podrá ver a la práctica totalidad de los comercios con alguna referencia astur, o detenerse a escuchar cómo hablan sus gentes de las condiciones extramuros, o como hablamos los que vivimos fuera de la tierra de la infancia. Gijón, no cabe duda, es un refugio atento para la vida y un buen destino para morir.

Sin embargo, toda moneda guarda su cruz, y es conveniente detenernos en la utilización de ese cariño ancestral. Pondré un ejemplo. Cierto día, después de un viaje más ancho que largo, regresaba a mi ciudad desayunando en una cafetería con un buen periódico local. En la portada, en la esquina inferior derecha, se hacía notar una ruborizante cantidad de dinero que iba a ir destinada a Sanidad y que se había perdido. Que no iba a volver. Que nadie iba a hacer nada para buscar a los culpables. Se daba el asunto por zanjado: todos pagaríamos los platos rotos. Esto ocurría en el margen inferior derecho. En el centro, a todo color y bien en grande, una foto de la mareona del Sporting que visitaba un estadio contrario, escanciando sidra a la entrada del recinto con una enorme bandera de Asturias. Me pareció, cuanto menos, simbólico. Adivinen de qué titular hablaba la gente ese día.

El apego a nuestros orígenes conserva algo de heroico, siempre que se trate de un juicio responsable. El reconocimiento de quiénes somos y de dónde venimos es un logro equiparable a lo que nos gustaría llegar a ser, siempre y cuando no se dirija ese orgullo con fines patógenos, como puedan ser unas elecciones generales. Porque la portada que importa es la que siempre se aísla: trabajo, educación, sanidad. Ésa es nuestra verdadera patria. El resto es vivir en el engaño.

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