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Dónde y cuándo será el próximo

El problema de acostumbrarse a la frecuencia con la que se producen los atentados islamistas

Ha vuelto a suceder. ¿Acaso alguien tenía alguna duda de que tarde o temprano volveríamos a encontrarnos con una masacre como la perpetrada en Mánchester? Por más que intentemos negarla o edulcorarla, la realidad es tan cruel como el fatal destino de las 22 víctimas mortales del último atentado llevado a cabo por radicales islamistas.

A fuerza de convivir en nuestras vidas con el terrorismo, aunque afortunadamente para la mayoría solo a través de los medios, cada vez que ocurre un atentado nos sobrecogemos, nos indignamos, nos solidarizamos con las víctimas o con la ciudad donde ha tenido lugar, con lazos o con cualquier otro tipo de imagen en nuestros perfiles sociales y después, sencillamente olvidamos.

Así, por ejemplo, si les preguntara antes del de Manchester cuál había sido el último atentado terrorista, es más que probable que dudaran. Les confieso que yo mismo he tenido que buscarlo en Internet para hacer memoria y asegurarme de no cometer un error. Permítanme por ello que les ayude a recordar: 8 de abril, Estocolmo (Suecia); un simpatizante del Estado Islámico, con orden de deportación pendiente de ser ejecutada, atropella con un camión a numerosos viandantes provocando 5 muertos. ¿Se acuerdan ahora? ¿Sí? Pues si es así, se equivocan: antes del de Suecia se habían producido, que se tenga constancia, otros cinco atentados o ataques terroristas, con más de 400 muertos. De ellos, los más sangrientos los perpetrados en Alepo (Siria), con 126 civiles fallecidos por la explosión de un coche bomba y en Mazar-e Sarif (Afganistán), con 256 soldados afganos muertos en una ofensiva talibán. La lejanía con la que percibimos la muerte cuando acontece en Siria, Afganistán, Irán o el Cha, hace que en estos casos nos olvidemos aún con más facilidad de la trágica desolación que todo acto terrorista deja tras de sí.

Pero el que nos identifiquemos en mayor medida con las víctimas que se producen en países próximos al nuestro o de nuestra misma cultura no es algo que tampoco debamos de reprocharnos. Las personas tenemos una capacidad tanto de empatía como de memoria un tanto selectiva. Y por ello, cuanto más próxima a nosotros es la desgracia, más la sentimos como propia. Sin embargo, conviene tener muy presente lo que acontece también fuera de aquello que identificamos como nuestro mundo. Porque una pompa de jabón, por hermosa y perfecta que parezca, es imposible que perdure sin estallar volando entre alfileres.

Volviendo a la macabra historia del terrorismo, por desgracia tampoco resulta novedoso el hecho de que los terroristas busquen atentar cobardemente contra los más jóvenes. Han pasado tantos años, que muy pocos se acordarán ya de la masacre de Beslán en Osetia del Norte (Rusia) en septiembre del 2004, donde en un colegio murieron 186 niños, de entre las 334 personas que en total perdieron la vida. Fue durante un tiroteo entre las fuerzas de seguridad rusas y los terroristas musulmanes que se habían apoderado del colegio.

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