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Presidente de Nuevas Generaciones de Gijón

El reto de defender lo que somos

Una reflexión sobre los casos de odio a símbolos del país, como la bandera

El pasado miércoles un gijonés sufrió una agresión en la zona de El Muelle por llevar una bandera de España en su vestimenta. La situación, explicada en casi cualquier lugar del mundo, parecería absurda. En pleno Siglo XXI lucir la enseña de tu país puede ser motivo de agresión, incluso en un lugar tan alejado de las tesis nacionalistas como es Asturias.

Hechos como este refrendan que la retórica del odio solo conduce a la violencia y a la confrontación. Desde muchas instituciones algunos partidos se han dedicado a lanzar el mensaje de que España es un ente opresor y antidemocrático, sin ni siquiera plantearse las consecuencias de esta mentira retratada al encontrarnos a España en el puesto 17 en el Índice de Democracia de The Economist, con una calificación de 8,30 sobre 10 y el calificativo de "democracia plena". Dentro de este índice, España obtiene una nota destacada en "proceso electoral y pluralismo" y "derechos civiles", puntos contra los que atentan directamente hechos como los ocurridos con esta agresión. Invito a que quienes con tanta crudeza desprecian nuestra democracia busquen en este índice la situación de los países que tanto apoyan e incluso asesoran. O que algunos se replanteen si no reproduce estos comportamientos, por ejemplo, recibir en las instituciones a las familias de quienes agredieron a dos guardias civiles y a sus parejas en Alsasua. Despreciar a la víctima y acoger al agresor es justificar los comportamientos violentos, tratando de dar razón a la irracionalidad más absoluta.

Que en el 40 aniversario de las primeras elecciones democráticas tras la dictadura franquista ocurran estos hechos, nos tiene que hacer pensar sobre cómo debemos construir nuestro futuro. Confundir el progreso con el odio a los símbolos de nuestro país no es solo un error garrafal, sino que se trata también de una temeridad que encubre una de las peores pasiones del totalitarismo: eliminar los referentes de una nación para luego erigirse en único guía de la misma. Odiar lo que fuimos y rechazar lo que nos representa es el primer paso para aceptar aquello que nos elimine porque, parafraseando a Chesterton, dejar de creer en nuestro gran proyecto común que es España nos hará inevitablemente empezar a creer en cualquier cosa.

Por tanto, se hace necesario volver a defender las ideas y principios de un país y de un proyecto que nos ha dado las mayores cotas de libertad y de progreso que se conocen. Nuestras raíces, nuestra historia, nuestros aciertos y nuestros errores se recogen también en nuestros símbolos y defenderlos es defender aquello que somos y que queremos ser. Hace cuarenta años dimos un ejemplo al mundo de cómo apartar el odio y la división de nuestra vida, hoy nos enfrentamos un nuevo reto igual de importante: defender aquello que nos une para que la división y la violencia queden en un mal recuerdo del que aprender para seguir siendo libres.

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