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Alejandro Ortea

Varadero de Fomento

Alejandro Ortea

El ruido que nos tiraniza

El verano es la estación del año en la que el descanso es imposible

Hay, en esta populosa villa marinera y otros núcleos circundantes, un tipo de conciudadanos cuya afición consiste en organizar pequeños festejos en barrios o aldeas rurales y a ello dedican sus afanes casi como si les fuera la vida en ello. La cosa consiste en montar un sarao con unos caballitos de feria, si es posible, un escenario para que se suban a él unos pretendidos músicos a hacer ruido y, nunca puede faltar, una barraca con largo mostrador en el que se expendan bebidas alcohólicas. A estos saraos se les conoce como "fiestes de prau" y, para algunos, da la sensación que son la quintaesencia de la cultura popular, una especie de referencia de nuestro sentir colectivo regional. Según el número de asistentes la fiesta se considera más o menos importante. Últimamente, lo que se lleva, es robarles el fruto de su trabajo a los autores musicales y se pretende no pagar los derechos a la sociedad que gestiona dichos derechos. Se paga a los músicos, a la compañía eléctrica o a los proveedores de refrescos y alcoholes, pero parece un atraco pagar a los autores. Y pretenden, en su insania que sea el procomún, es decir, el ayuntamiento, el que arregle la cuestión. No hay cosa más deplorable que esas llamadas fiestas de "prau" que sólo sirven para provocar ruidos casi insoportables para los vecinos circundantes, provocar intoxicaciones etílicas y, si la cosa se tuerce -cosa nada inhabitual- con una pelea o agresión a altas horas de la madrugada, es decir, como sucedía hace décadas en las antiguas verbenas de pueblo que solían terminar a palos.

Hay mucha controversia con la conveniencia o no de permitir otra combinación nefasta de alcohol y ruido: las borrachuzas despedidas de soltero que asolan nuestro pueblo, entre otros perjudicados por la misma peste, en las que el ruido es también protagonista, pero por lo menos esas todavía no reclaman subvenciones ni amparo municipal. Pero ahí está el debate.

Más ruidos que nos asaltan: las charangas y músicas en la calle que parecen actividades inocentes, pero que le pregunten a un vecino al que le haya tocado durante horas gaitero, violinista o acordeonista, durante unas horas repitiendo sin cesar el mismo repertorio: a fin de cuentas el viandante pasa por allí y se aleja sin mayor daño, pero los residentes tienen que sufrir la tortura casi sin remedio. También este tipo de ruidosos quieren amparo municipal.

Por último, tenemos otra manifestación que ha dado muestras de bastante virulencia los últimos días, fruto también de la misma combinación de ruido y alcohol: la de que se permitan las actuaciones musicales en locales que ahora no están autorizadas. Esta vez, el amparo de la autoridad competente se solicita en aras de la preservación de la cultura. Tampoco nadie repara en los vecinos de los locales hosteleros con grupo musical ruidoso en sus inmediaciones. Mucho ecologista a la violeta que pretende librarnos de todo tipo de contaminaciones, pero ninguno que denuncie y cuide de una de las peores contaminaciones: la acústica. Y el verano es la estación más propicia para estos horrísonos fenómenos. Paciencia.

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