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Masculinidad trans

Lo nuevo en el caso de los tocamientos en Castiello es la denuncia, el abuso es un vergonzoso clásico

El joven trans catalán Pol Galofre me ha dado la clave: todos los hombres deberían tener un pasado como mujeres. Por un tiempo, haber vivido inmersas en el cotidiano universo de los micromachismos, experimentado miedos extra o padecido agresiones verbales o físicas a variable escala. Haber madurado entre la sensación de poder que brota de dentro y la de vulnerabilidad que impone un entorno en el que -como explicaba hace unos días la concejala pamplonesa de Igualdad, Laura Berro- las mujeres deberían sentirse libres pero para ello son precisas políticas, campañas y fuerzas de seguridad, es decir, vigilancia.

Porque, en efecto, es una suerte de libertad vigilada que requiere, además, la contribución activa del ser al que se ha de prestar protección. "Ten cuidado, ve atenta, desconfía", le dicen en casa. "Denuncia", le dice ahora la sociedad, aunque también le llegan de ella otros muchos mensajes contradictorios, algunos de los cuales le hablan de la culpa y la vergüenza de haber sido abusada. De ahí el silencio, cómplice con el verdadero culpable y sinvergüenza: el abusón.

Por eso, si todos los hombres fueran trans, entenderían al instante que la novedad en el caso de la adolescente víctima de tocamientos en la romería de Castiello es el hecho de haber denunciado, no el abuso en sí mismo. Éste es más antiguo que las romerías pero un clásico en ellas y, en general, en las multitudes congregadas por razones festivas.

En realidad, "sólo" es necesaria una auténtica empatía de toda la sociedad con una parte, más de la mitad de su población. Especialmente en el caso de autoridades y fuerzas de seguridad -y con el fin de situarse evitando la distancia corta-, sería muy conveniente, además, un conocimiento más hondo acerca de los tipos de violencia que padecen las mujeres en el mundo, su incidencia y los casos denunciados en relación a todo lo anterior.

Por ejemplo, en el caso gijonés, la Guardia Civil apeló a sus registros de denuncias para mostrar su extrañeza, la entidad organizadora de la romería de Castiello no encontró histórico de hechos parecidos y el ayuntamiento de Gijón se ha apresurado a afirmar que nuestra ciudad no es como Pamplona.

Todo es cierto pero, a la vez, una mirada sobre la superficie que, si bien ayuda a evitar el propio desasosiego, elude el fondo de la cuestión e incluye una injusticia con terceros porque, por pararse en una sola de las reflexiones, a Pamplona le llegó de Sevilla una "manada" de presuntos violadores frecuentadores de otras muchas fiestas. Podrían haber venido a nuestra Semana Grande y ya seríamos Pamplona.

Estoy convencida, además, de que la denuncia de la chica de Castiello guarda relación con el estado de conciencia y opinión generado por el tremendo impacto del caso de San Fermín, así que más que guardar distancias hay que sentirse hermanados en el asunto: va con todos.

La Guardia Civil buscará al agresor de Castiello, el Ayuntamiento de Gijón repasará sus protocolos antiabusos, las comisiones de festejos asumirán que tienen un frente más. Todo ello es obligado. Pero conviene ampliar de verdad la mirada de toda la sociedad, particularmente la masculina, sobre el asunto. Una especie de masculinidad trans que, como magistralmente describe Galofre, deba, pueda y sepa ponerse en la piel de la mujer.

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