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Crítica / Música

"Dirty Dancing": un musical con demasiado peso cinematográfico

Este mes de agosto también ha tenido su musical en Gijón. Empieza a ser habitual que la Semana Grande incluya en su programación una obra de este género; la apuesta funciona, porque el público está respondiendo llenando prácticamente cada representación. El musical ha renacido en la última década, ha tomado la Gran Vía madrileña y, desde ahí, se proyecta a decenas de ciudades de España que acogen las producciones que han triunfado en la capital. "Dirty Dancing" llegó precedido de una buena promoción y avalado por el éxito de una película que es un vínculo generacional para todos los que han crecido en los años ochenta; es decir, acreditado por la nostalgia del público al rememorar la historia de amor entre Johnny y Baby.

La tarde del jueves empezó como nadie habría querido que empezara. Un minuto de silencio sepulcral en el teatro Jovellanos rompía el bullicio característico de los instantes previos al inicio de la obra en memoria de los damnificados por los atentados de Cataluña que se habían producido apenas tres horas antes. El aplauso rompió el silencio y la obra comenzó adentrando al público en el ambiente musical estadounidense de los años sesenta con el sonido Motown de "The magic moment" y los ritmos de bailes latinos, en una escena llena de color y en la que se consiguen conjugar distintas escenas casi al mismo tiempo sobre el escenario.

La obra pintaba bien a tenor de estos primeros compases, pero a medida que avanzaba se iban haciendo patentes algunas carencias que no dejan de ser comprensibles por su naturaleza. "Dirty Dancing" nace como película, y más que un musical al uso es una película con números de baile. No estamos ante obras como "West Side Story" o "Grease" que, a pesar de ser recordados por todos en su versión cinematográfica surgen de un musical teatral y cuentan con una estructura en la que los números musicales forman parte de la trama y de la acción.

Ni Johnny ni Baby cantan en toda la obra, sino que bailan y actúan; en esto encontramos otra complejidad, que es la necesidad de contar con un elenco versátil capaz de manejarse en todas las facetas de los personajes. Los protagonistas se defienden, pero, a todas luces, bailan mejor que actúan, y la ausencia de diálogos cantados entre personajes durante los números musicales obliga a introducirlos hablados bajando el volumen de la música, algo que funciona en la película, pero no tanto en el teatro. Sucede en el número final, el de la famosa "(I've had) The time of my life", en la que incluso queda deslucido (por poco preparado dramáticamente) el famoso salto de la coreografía. Eso sí, el clímax en ese momento está garantizado; no en vano, es la imagen icónica del musical.

El musical "Dirty Dancing" confía su suerte al éxito de la película y al negocio de la nostalgia, que garantiza la afluencia de público a las representaciones. Sin embargo, el excesivo carácter cinematográfico de esta historia constituye un lastre para su adaptación teatral; seguramente, una adaptación más operativa al género musical habría alejado a la obra demasiado de la película y, con ello, quizás también al público. Nunca lo sabremos, pero como musical resulta plano, a pesar de los esfuerzos de todos los que participan en su puesta en escena estos días en Gijón.

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