La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Otra maldita tarde de domingo

Calípolis

El silencio como respuesta en una sociedad en la que predomina el juicio único

Conocí hace poco a la mujer bostoniana. Es una acepción que nos remite a la Inglaterra del siglo XIX, seguramente extraída de Henry James y en la que se agrupaban aquellas esposas que no querían llegar a serlo. La mujer bostoniana se unía a otra mujer, también de clase pudiente, para ir contra las normas y olvidarse del matrimonio, ejercer todo aquello que las ratificaba como libres (el estudio, la literatura, la no servidumbre de la crianza) e irse a vivir juntas. Compartían casa y lecho sin que el sexo estuviera presente, aunque en algunas ocasiones la frontera estuviera difusa. Tal fue el caso de la novelista Sarah Orne Jewett y Annie Fields. Lo que me llevó a pensar en la cantidad de etiquetas que determinan nuestras vidas, en el poder de la época en que se producen y en lo inútiles que son sus muchas variantes. Y cómo afrontarlas, sin vivir entre cuatro paredes.

He tenido muchas conversaciones sobre mi no adherencia a forma política alguna, así como en el plano religioso e intelectual. No concibo la sociedad mediante un juicio único, ya sea desde un Parlamento, un dios o un autor que nos domine en exclusiva. En La República se decía que hay tantos caracteres de hombres como especies de gobiernos, en aquella Calípolis que Platón citaba como la hermosa ciudad apta para un ideal. Pero como aún no he visto al creador (o creadora, o al más indescifrable de los neutros) de aquello que nos rodea, y cada día me seducen nuevos nombres y obras nuevas sobre el papel, he decidido guardar silencio en mi casa y conservar disputa fuera de ella. Y cuando lo hago, me sorprende la vehemencia de otros. Ese gueto a la libertad, en las altas esferas o en el bar de la esquina. Ese rechazo, por poner tres ejemplos, sobre la homosexualidad (no cito el programa en que se divertían con una app que demostraba si eres gay o no), el papel de la mujer (aguardo el día en que no existan antologías exclusivas, sino justa competencia) o la victoria de un dios que nadie conoce sobre otro también desconocido (decía Nervio que Dios sí existe, somos nosotros los que no existimos). ¿A qué nos lleva todo esto? A otro tipo de silencio. Como el que ofrecía Pau Gasol cuando le preguntaban sobre el "caso Cataluña", negándose a responder ante el temor a que tergiversen sus palabras, ya sea de un bando o de otro. La verdad es lo que la policía espera que le digamos, que decía Russell.

Al final todo nos lleva al silencio, si es de ser libres de lo que hablamos. Me imagino a aquellas bostonianas burlándose bajo sus cuatro paredes de la sociedad imperante, con los quehaceres diarios limpios de fingimiento y felices sin responder ante nada ni nadie. Pero lo hacían de puertas para adentro, el problema es que siempre hay que salir a la calle. Todavía hoy hay que luchar contra ciudadanos con igual capacidad de voto, donde las sociedades no cambian y sólo lo hacen las herramientas. Y como dice el viejo dicho, las dificultades son fáciles de vencer, pero las imposibilidades llevan más tiempo. Vayamos, pues, contra el hombre. Abramos de una vez la puerta de nuestra casa para olvidar que sólo se teme lo que desconoces.

Compartir el artículo

stats